20 minute read

ENTRE SERES HUMANOS, entrevista a Cloé Brami

Por Valérie Dana

La sociedad en su globalidad —incluidos los políticos— se olvida de que algún día puede ser víctima del cáncer. Y no hemos asimilado este hecho aun cuando todos hemos comprendido que podemos enfermarnos del coronavirus o de la gripe. El modo de contagio no tiene nada que ver, puesto que en la mayoría de los casos el cáncer no se transmite, exceptuando el hereditario, pero todos, sin excepción, somos el blanco potencial de este mal. ¿Y si modificamos el enfoque que tenemos del cáncer?

Cáncer, meditación. Dos palabras que, unidas, no siempre están bien vistas. ¿Se puede ser médico oncólogo, practicar e inculcar la meditación de plena conciencia a personas que padecen cáncer? En España no se mezclan mucho estos temas porque el segundo parece salir de la boca del diablo. Para saber si es factible y comprender que no existe peligro alguno en cuidarse desde el interior, tanto para estar más receptivo y atento a las propias necesidades como a las de los demás, he entrevistado a Cloé Brami, médica oncóloga y especialista en meditación de plena conciencia que enseña esta técnica a pacientes y otros sanitarios en Francia.

¿Por qué ha decidido ser oncóloga médica?

Es una gran pregunta. Ha llegado en un momento especial de mi vida. Mi madre padeció un cáncer de pulmón cuando estaba en segundo año de Medicina. Indudablemente esta experiencia me ha hecho ver esta enfermedad con otros ojos. Pero no únicamente. Por culpa o gracias a esta vivencia, hice numerosas prácticas en oncología. En esos espacios de cuidados, era capaz de estar inmediatamente en contacto con el ser humano, tomar un tiempo con el paciente en el hospital, y en ese momento la escucha estaba muy presente. Y creo que este hecho concreto era importante para mí a pesar de desconocer la razón exacta en esa época. Desde el ángulo médico, había algo global, es decir, que notaba que esta enfermedad no solo se debía a una desregulación, sino que tomaba en cuenta nuestro sistema de salud interno en su totalidad.

Habla de escucha y es increíble porque es uno de los grandes problemas que encontramos en oncología, la falta de tiempo que impide esta escucha. Es el caso en España, pero supongo que este problema es universal.

En Francia también tenemos la misma situación. No tenemos ni tomamos el tiempo; estamos en un sistema de salud de rentabilidad, de hiperproductividad. Sin embargo, en el hospital cuando era joven y eso es lo que me ha motivado como lo he mencionado, había espacios en los cuales me podía sentar con el paciente para escuchar, pero también para callar y sentir. Y esa era una de las condiciones imprescindibles en la medicina que quería ejercer.

¿Cómo descubrió la meditación de plena conciencia? ¿Qué le aporta?

Medito desde cuando era adolescente, porque a mi madre la atraían las medicinas complementarias, y muy joven empecé a practicar esta técnica. Pero no era meditación de plena conciencia y no sabía muy bien lo que hacía. Escuchaba, contemplaba como lo puede hacer una niña. En 2011, estaba de interna en cancerología y sabía que quería reunir las medicinas complementarias y tradicionales, y en esa época en Francia no había nada. Me fui a Estados Unidos, al Memorial Sloan Kettering Cancer Center (MSKCC) en Nueva York. Allí había un departamento de salud integrativa en oncología. Tuve la suerte de recibir una pedagogía absolutamente increíble, en la que no solo me ensañaron, sino que me hicieron hacer. Medité durante seis meses con los pacientes en un grupo y allí descubrí la meditación de plena conciencia. Cuando regresé a Francia, se hizo naturalmente.

¿Cómo explica que en Estados Unidos, país que tiene dos caras —una totalmente cerrada, antigua y la otra mucho más moderna—, se entienda que ciertas técnicas como la meditación puedan ser beneficiosas para aliviar a una persona que padece cáncer y sufre emocionalmente, y en cambio en Europa nos cueste admitirlo, aún más en España que en Francia? ¿Es porque hay muchos charlatanes que abusan de la fragilidad de los pacientes?

No, y creo que ha utilizado la palabra adecuada: emoción. En Francia y en Estados Unidos, la relación con las emociones no tiene nada que ver. No conozco suficientemente bien el sistema español. Los americanos en general dejan que su creatividad y sus emociones se expresen sin miedo a lo que van a encontrar. Lo voy a ilustrar con un ejemplo muy concreto: en 2011 participaba en una conferencia en el centro de investigación en la que se hablaba de yoga. Primer hecho increíble, todos los miembros del centro estaban presentes, es decir, que no solo estaban los médicos, sino todos los miembros del servicio, incluidos los profesores de ejercicio físico. Uno de ellos habló de los beneficios del yoga e invitó a toda la asistencia a practicar posturas. En la sala, el jefe de servicio y todo el personal sanitario estaban haciendo yoga. Eso fue una toma de conciencia superimportante para mí. Porque en Francia era inimaginable ver a un profesor ponerse de pie para realizar asanas. ¿Qué significa esta anécdota? Pues que existe una imagen, una representación de lo que podemos hacer o no, de cómo nos tenemos que comportar y la vulnerabilidad en Francia —porque lo emocional sostiene la vulnerabilidad— vuelve a empezar a ser de actualidad en las conversaciones. Con lo cual la mayor diferencia es esta relación con la parte emocional que está en el corazón de la medicina integrativa. Es volver a dar espacio a nuestras emociones que atraviesan nuestras vidas, en realidad.

¿Cómo la perciben en Francia? ¿Sois varios en tener esta visión de la oncología?

Fue claramente pionera hace unos diez, once años. No había ningún joven, ningún oncólogo que se interesara por el tema, fue muy interesante. Hoy en día, somos muchos y estamos en un momento en el que a nivel nacional, se va a reconocer la consulta de Oncología Integrativa. Eso es enorme. Quizá estamos creando una sociedad más experta. Existen varios actores y no únicamente médicos, sino cuidadores de todo tipo, pero con un matiz, porque la intención no es hacer de esta medicina una técnica con un poco de meditación o de yoga. No, se debe considerar como un nuevo abordaje a la hora de curar.

De vivir también…

Sí, de vivir también.

Seguramente son muchos los pacientes que la eligen por su trayectoria. ¿Nota que hay una demanda por parte de la sociedad que necesita comprender lo que les ocurre cuando surge un problema como puede serlo el cáncer? Porque creo que antes pocos son los que se toman el tiempo de escucharse, de hacer la unión entre cuerpo y mente.

Desde hace un año, he abierto consultas dedicadas exclusivamente a la oncología integrativa, dedicadas a la escucha y a la atención emocional. La gente que acude a mi consulta busca este tipo de cuidado. Creo que eso responde a una necesidad, a una necesidad de no dualidad, es decir, que muchos de mis pacientes están satisfechos con la idea de tener una perspectiva médica diferente sin abandonar sus tratamientos. Siento que este fenómeno se va a ampliar cada vez más. En cuanto a la oncología clásica, creo que no hay que mezclar todo, en el sentido de que hoy en día no tenemos un sistema sanitario que permita dedicar una hora o 30 o 40 minutos para cada paciente. Creo que hay que reflexionar sobre programas que integren tiempos de escucha, pero también que permitan a las personas seguir con sus tratamientos. Creo que ese es el desafío de los próximos años.

¿En qué consiste la oncología integrativa desde su punto de vista y su experiencia? ¿Cuál es la diferencia con una consulta “clásica” en un hospital, aparte de la duración?

Debo confesar que mi sueño es que estas consultas sean hospitalarias. Las tuve que crear fuera del hospital porque de momento no podía abrirlas bajo esta forma, que pienso verdaderamente esencial. La diferencia es el tiempo y también el entorno. Se habla mucho del “espacio de cuidado”. Cuando la persona llega y se instala, se nota la diferencia. Luego abordamos la toma de conciencia en el momento del diagnóstico, los elementos en el periodo antes de la noticia y, para las personas con recidivas, la evolución de su enfermedad y lo que las ha afectado intrínsecamente. De hecho, las personas saben perfectamente lo que les ocurre a nivel emocional.

En personas mayores, el cáncer suele surgir tras varias señales del cuerpo avisando de una cierta fatiga, en caso de personas que tienen varios episodios de burnout por ejemplo. Llega un momento en que el cuerpo dice basta. En personas jóvenes, el cáncer permite transformar ciertas situaciones que no les convenían. Trabajamos entonces mucho en el estado emocional en el momento del diagnóstico porque es fundamental. Y luego, según la necesidad de cada uno, ajustamos los tratamientos. Por ejemplo, si el insomnio está presente, vamos a trabajar mucho con la meditación. En caso de dolores, trabajamos con masajes, musicoterapia y otras herramientas. Pero antes siempre hay un reconocimiento médico para saber cuál es el estado de salud, que es lo que la enfermedad me ha enseñado sobre mi vida y lo que me ha removido, pero también a mi entorno cercano.

El estrés es uno de los factores de riesgo de cáncer; simplemente, en lugar de hablar de estrés, hablamos de emociones. Las emociones no controladas desencadenan el estrés, con lo cual la inmunidad disminuye, pero también en lo epigenético puede modificar el ADN y más adelante unas secreciones de cortisol que pueden favorecer la aparición de ciertos tipos de cáncer. Mis pacientes me enseñan mucho. Cuando las personas se sientan y reflexionan, saben lo que ha ocurrido. Por eso es tan interesante tener tiempo, y creo que la medicina poco a poco está cambiando. Cuanto más escuchemos a las personas, más vamos a comprender la enfermedad.

Cuanto más escuchemos a las personas, más vamos a comprender la enfermedad

Es fundamentalmente lo que falta. Se habla casi en exclusiva de los tratamientos, de las investigaciones, siempre buscando mejorar la duración de vida de las personas, una cierta calidad de vida; pero de sus necesidades concretas, de las que solo el propio paciente es capaz de definir, ni mu. ¿Trabaja con nutricionistasdietistas, psicólogos, etc.? No sé si están presentes en las consultas en Francia.

Sí y no, porque es una cuestión de formación. Sí se habla de apoyo psicológico, de nutrición, de actividad física, pero la verdadera pregunta es cuál es la calidad del cuidado con estas pautas. Para mí, hablar de nutrición no significa nada. Depende de cómo la persona que va a trabajar con el individuo que está enfermo va a explorar sus necesidades en relación con una concepción de la medicina que no se va a quedar exclusivamente en unos aportes calóricos. Allí entramos en la medicina integrativa.

Personalización, al igual que los tratamientos médicos. Nos han llegado muchas quejas por una mala gestión psicológica. No basta con tener un diploma. No se forma en la escucha, la empatía. Eso concierne también a la medicina. La parte humana, relacional, no se enseña.

Así es. Porque eso requiere que primero cada uno aprenda a escucharse en primera persona. Y en este sentido, la meditación se encuentra con la medicina integrativa: si la persona que cuida no tiene la capacidad, primero, de pararse para sentir lo que le está ocurriendo cuando come un plátano o una pizza, puede aprenderlo en los libros, pero le faltará la percepción de esta experiencia. Hay toda una educación al cuidado que debería incluir la esencia, pero claramente no estamos en este punto.

En su práctica, utiliza la meditación con sus pacientes. Pero también forma al personal sanitario, lo que es primordial. A menudo nos olvidamos de la carga emocional de los médicos y de todo el personal sanitario.

Hay un momento en el que tomamos conciencia del exceso, de la rapidez de todo. Algunos se toman el tiempo de parar, otros no. Me he tomado este tiempo para meditar mucho, para ver las cosas con perspectiva y he vuelto a la oncología tradicional, muy rápida, y a la oncología integrativa, más lenta. Ahora soy capaz de decir que ambas me gustan porque estoy equilibrada, en el sentido de que no podría trabajar sin parar cinco días a la semana a un ritmo frenético. No solo se trata de una cuestión técnica, sino que emocionalmente es tan denso que, para poder estar a la escucha, no hay más remedio que apartarse. Cuando es demasiado, estamos disociados de nuestras propias emociones, y creo que es el caso de muchos sanitarios. Pero tengo confianza porque el sistema sanitario es tan duro, brutal últimamente, que estamos alcanzando un sistema de saturación. Y cuando eso pasa, surgen cambios que van a venir de los sanitarios, y no de los políticos.

Recibimos a través de las películas o series la imagen de los médicos que están en todas partes siempre, siempre disponibles para sus pacientes y sus familias, además de su presencia casi permanente en redes sociales, basta con echar un vistazo a Twitter o Instagram. Cuando uno se otorga el derecho a parar, ¿cómo se gestiona este tiempo para uno mismo? ¿Está presente una cierta forma de culpabilidad? ¿Cómo convencerse de que, para ser buenos en lo que hacemos, hemos de ser capaces de gestionar nuestras propias emociones?

Voy a hablar de mí porque no puedo expresarme por los demás. Lo que me ha aportado la meditación es comprender que no somos salvadores. Es volver a un ser humano que acompaña a otro ser humano a través de conocimientos que son cambiantes, gracias a una ciencia que evoluciona; cambiantes también porque se adaptan a los demás. Somos seres humanos que a veces dudan, a veces saben y otras no, pero lo cierto es que quitamos esta voluntad de curar a cualquier precio. Quitamos el poder y entramos en algo más suave, más viable para todas las partes. Volvemos a conectarnos al arte médico y así desaparece el “yo quiero”. Somos la consecuencia del sistema, tenemos esta capacidad para hacer muchas cosas. Hace poco pensaba en el deportista de alto nivel; a veces tengo la sensación de que poseo un entrenamiento muy agudo sobre ciertos temas, un poco como un cazador que podría percibir enseguida, comprender, integrar y pasar a otro asunto. Eso no significa que no estamos presentes, sino que, gracias a nuestros estudios, existe tal entrenamiento para la concentración que eso nos permite cierta distracción.

Estoy convencida de que algunos de sus pacientes pensaron que era una salvadora.

Por supuesto. Y lo más difícil es pensar que lo somos porque la representación que el otro se hace de nosotros es un peso. Pero —hablo desde mi experiencia y es lo que transmito en mis formaciones— cuando conseguimos volver a nuestra propia humanidad, nuestra fragilidad, en la posibilidad de saber y de no tener las respuestas, eso devuelve mucha humanidad a los cuidados, y lo que surge es mágico.

¿Los estudiantes de Medicina entienden lo que les espera?

No, claramente no. Hace poco he acabado un curso con estudiantes de Medicina en segundo año, y cuando empiezan los estudios, todavía son niños. No siempre saben por qué están aquí. Trabajo mucho sobre las intenciones y les hago esta pregunta. No lo saben con certeza. Existe una enorme toma de conciencia durante el internado de estudiantes que tienen entre 24 y 30 años y están en contacto con pacientes. Hoy en día, son muy receptivos a las emociones y cada vez tenemos más discípulos que se interesan en la meditación, en formaciones un poco diferentes de las tradicionales. Ver en primera persona la realidad es primordial.

Cuidar de los que cuidan es imprescindible. ¿Los gestores de hospitales comprenden esta necesidad de ayudar al cuidador o no van ni ven más allá del rendimiento?

Si todavía no he conseguido una plaza en un hospital público no es porque asusta, sino porque no es rentable. Hace falta un verdadero cambio en la sociedad para volver a tomar el tiempo de hacer las cosas y así reducir la hiperproductividad que hemos desarrollado en cualquier área, y no únicamente en el ámbito sanitario. No se puede cuidar bien si no nos reapropiamos del tiempo.

Es complicado, no sé si llegaremos a verlo.

Tiene razón, no lo veremos; pero en cualquier caso es una necesidad. Nos falta un tiempo para respetar nuestro ritmo. No significa no hacer nada, porque a menudo se confunden estos conceptos. Precisamos de tiempo para regenerarnos como seres humanos. Y no lo podemos hacer durante las vacaciones porque suelen ser momentos cortos, espacios en los que nos metemos en otras actividades beneficiosas, y tomar el tiempo es volver a considerar nuestras maneras de trabajar desde una temporalidad diferente.

Nuestra manera de vivir también, de comer, de cuidarnos. Es un cambio de mentalidad absoluto. ¿Su enfoque del cáncer se puede desarrollar en cualquier hospital?

Por supuesto, pero el hospital público ha sido la primera víctima de la saturación del sistema. Este problema de tiempo está llegando también a los centros privados.

¿Cómo se convence a un paciente de la importancia de la meditación de plena conciencia? Me imagino que muchos y muchas van a pensar que no va con ellos.

En mi enfoque no entra la obligación. En un momento, hablando con el paciente, vamos a llegar a su fatiga, tanto emocional como física, de sus miedos, de sus dudas, y todo ello son puertas para abordar la meditación. En los estudios que se han hecho, se sabe que el método funciona mejor si la persona acude voluntariamente. La idea del momento adecuado tiene sentido y no se debe proponer por sistema como se hace con el ejercicio físico. La meditación es una práctica que se realiza cuando queremos ir a nuestro propio encuentro.

Cloé Brami

Cloé Brami

Foto: Anna Saulle

¿Existen investigaciones científicas que demuestran el efecto positivo de la meditación en pacientes de cáncer?

Sí, con la Asociación Francesa de Atención de Apoyo en Oncología (AFSOS), el año pasado se ha creado un referente* entre meditación y cáncer. Está disponible tanto para pacientes como para profesionales, a pesar de haberse creado en un primer momento para el uso de expertos. Se ha trabajado principalmente acerca del cáncer de mama en cuanto a fatiga, insomnio, calidad de vida en general y depresión. En las referencias se mencionan todos los estudios de estos últimos diez años sobre el tema.

*https://www.afsos.org/fiche-referentiel/meditation-dite-de-pleine-conscience-mindfulness-en-onco-hematologie/

¿No hay edad para practicar la meditación?

No, en absoluto. El abordaje puede ser diferente tal vez según la edad. Las pacientes más jóvenes están acostumbradas a esta práctica, hace parte casi de su educación, y eso se nota. Hoy en día, tanto el yoga como la meditación entran en una temporalidad. Tengo como paciente a una mujer de 75 años que hace un año no sabía nada de meditación; ahora lo hace todos los días y francamente es increíble.

La meditación es una práctica que se realiza cuando queremos ir a nuestro propio encuentro

Cuando habla de yoga, ¿es un yoga oncológico? ¿No falta formación en todos los aspectos del cáncer?

La formación de los profesionales en Oncología Integrativa es muy importante, y aunque meditemos desde hace tiempo y compartamos los mismos valores porque todos somos humanos, hace falta tener conocimientos, saber lo que es la enfermedad, cuáles son los tratamientos, etc., para que los instructores puedan comprender lo que está en juego para los pacientes. Más allá de eso, pienso que los formadores en meditación que trabajan en oncología deben tener una experiencia de práctica importante porque la meditación nos lleva a revisar la noción de vida y de muerte, de temporalidad, de lo efímero, y la oncología va obligatoriamente, en un momento dado, a desviar sobre los miedos frente a la muerte, a la vulnerabilidad de manera decuplicada frente a otros tipos de enfermedad. Con lo cual, sí, tanto una importante práctica de la meditación como un conocimiento del cáncer son necesarios.

Cada vez hay más jóvenes que padecen cáncer. La mayoría de las personas que he entrevistado me han confesado que siempre han comido bien, han practicado ejercicio físico… En el papel todo estaba perfecto, pero tuvieron un cáncer. He podido comprobar que a menudo pensamos que nos alimentamos bien y a priori es el caso, pero ciertos alimentos no nos convienen y hemos de aprender a cocinarlos de otra forma para que no nos hagan daño.

Ha puesto el dedo sobre dos temas: la escucha de sí mismo, es decir, cuál es mi necesidad, y eso se puede aprender escuchándose, y el aspecto emocional, que no tiene nada que ver con lo que ‘debo’ hacer.

¿Vivimos demasiado en lo que debemos hacer y no tanto en lo que sentimos?

Sí, y esta toma de conciencia suele ser muy fuerte en ciertos pacientes. Es importante comprender que todos vamos a morir y que cada uno tiene temporalidades diferentes. Hay pacientes que aprovechan la enfermedad para transformarse por completo, se dan el permiso de escucharse. También va a ser el futuro de la oncología; no solo la tecnología es importante en la atención al paciente. Y no solo es un proceso individual, sino colectivo, y es factible, como lo ha demostrado la crisis de la COVID.

¿Cree que el cáncer interesa? Se ponen en marcha planes en Europa, en España, muchas palabras que a veces no llegan a nada. A nivel colectivo, también hacen falta actos políticos. Cuando se ve todo lo que se consiguió en seis meses con el coronavirus, todo lo que se debería realizar para el cáncer, que es una pandemia como lo repite cada día en Twitter el oncólogo David Vicente, deja pensativo.

Por supuesto, es la enfermedad de nuestro sistema para mí. La pregunta es muy buena; creo que el cáncer es un espacio del que se aprovecha la sociedad; es una enfermedad que asusta mucho y, por lo tanto, es una cuestión de intereses económicos. ¿Qué es lo que el miedo viene a traer? Lo hemos visto con la COVID. No estoy segura de que el cáncer interese hoy en día de una manera viva, es decir, que se trata de una enfermedad que se debe tomar en cuenta desde un punto de vista de la sociedad, porque también es una enfermedad de la vida; se trata de restablecer una salud. Biológicamente, el cáncer es una hipervida celular. Las células que deberían degenerarse no van a hacerlo y morir. Van a sobrevivir. Se van a dar tratamientos para matar esta hipervida. Es un poco diferente con la inmunoterapia o las terapias dirigidas, pero en general se manda a callar a las células. Existe esta identificación con la muerte, el miedo a la muerte. Ahora bien, morir es también, en su concepción más amplia, decir que el sistema tiene un problema. Hemos de dejar morir a este sistema y abandonar este dogma del cáncer que asusta. Hasta que no pongamos vida en la atención al paciente oncológico, se quedará ligado al lucro. •