LAS INVENCIONES DE LA LUZ

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RUSVELT NIVIA CASTELLANOS LAS INVENCIONES DE LA LUZ

Editorial

Pensamiento

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Rusvelt Nivia Castellanos

Las Invenciones de la Luz

Pintura del libro Ángela Yuriko Smith

La ciudad del cielo cósmico

Editado en Colomiba - Edited in Colombia Diseñado en Colombia Designed in Colombia Impreso en Colombia - Printed in Colombia Isbn 978-1-71654-751-5 Registro 10 918 349

Editorial Pensamiento Derechos reservados

Año 2020

Ninguna parte de dicha publicación, además del diseño de la carátula, no puede ser reproducida, fotografiada, copiada o trasmitida, por ningún medio de comunicación, sin el previo permiso escrito del autor.

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RUSVELT NIVIA CASTELLANOS

Poeta y cuentista, novelista y ensayista, nacional de la Ciudad Musical de Colombia. Es al mérito, Comunicador Social y Periodista, graduado por la Universidad del Tolima. Y es un especialista en Inglés, reconocido por la Universidad de Ibagué. Tiene tres poemarios, una novela supercorta, un libro de ensayos y siete libros de relatos publicados. Es creador del grupo cultural; La Literatura del Arte. Sobre otras causas, ha participado en eventos literarios, ha escrito para revistas nacionales, revistas de América Latina y de habla hispana. Ha sido finalista en varios certámenes de cuento y poesía mundiales. Ha recibido varios reconocimientos literarios tanto nacionales como internacionales. Fue segundo ganador del concurso literario, Feria del libro de Moreno, organizado en Buenos Aires, Argentina, año 2012. A mayor crecimiento, fue premiado en el primer certamen literario, Revista Demos, España, año 2014. De otra conformidad, mereció diploma a la poesía, por la comunidad literaria, Versos Compartidos, Montevideo, Uruguay, año 2016. Tiempo después, recibió un reconocimiento internacional de literatura, para el premio intergeneracional de relatos breves, Fundación Unir, dado en Zaragoza, España, año 2016. Mereció diploma de honor por sus recitales poéticos en la Feria del Libro, Ciudad de Ibagué, año 2016. Posteriormente, por su obra artística de poemas, mereció una mención de honor en el parlamento internacional de escritores y poetas, Cartagena de Indias, año 2016. Y el poeta, recibió diploma de honor en el certamen internacional de poesía y música, Natalicio de Ermelinda Díaz, año 2017. Bien por su virtud creativa, destacado es este artista en su país.

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LAS INVENCIONES DE LA LUZ

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RELATOS Y CUENTOS

MANUSCRITO HALLADO ADENTRO DE UN KRAKEN LA DIVINA ALEGORÍA

LA LUNA DEL FUEGO BLANCO

EL NAVEGANTE

UN POETISO A LA ESPERA

VISIONES IMPERFECTAS MUERTES INACABADAS

ANIMACIONES EFÍMERAS AFUERA DE LA NADA

EL GUARDIÁN DEL BIEN ABRAZOS TACHUELA

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RELATOS Y CUENTOS

RIMA SECA

DE LA SOMBRA A LA ESPERANZA

EL MARINERO DEL PACÍFICO

PERDIDO EN LA CIUDAD CRISIS COMUNES

PERDIDO EN LA CREACIÓN

JULIO POR SIEMPRE

SOBRE EL CASO NIEVES MADRE DE LOS MUISCAS

LA MAGA DEL PINTOR LA COMPOSICIÓN DEL GUITARRISTA

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OBRA LITERARIA DEL ARTE

LAS INVENCIONES DE LA LUZ

La Obra Literaria;

Las Invenciones de la Luz, surgida con todos los galardones de literatura, merecidos por el artista, Rusvelt Nivia Castellanos, para los géneros del relato y el cuento.

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LAS INVENCIONES DE LA LUZ

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MANUSCRITO HALLADO ADENTRO DE UN KRAKEN

La libertad, por lo que respecta a las clases sociales inferiores de cada país, es poco más que la elección entre trabajar o morirse de hambre.

El sol del mundo, al vaivén de una lentitud inmaculada, rompió el horizonte desbocado. Hizo a la vez del cielo otra madrugada luminosa, para los hombres ensombrecidos y regó la luz sobre la ciudad de Mowana, como nunca antes se había visto en esta pobre capital de seres inhumanos y ellos exiliados. Ya tras los instantes, hubo una leve brisa proveniente de los cerros frondosos. La suavidad del viento de pronto comenzó a airear la vieja ciudad y ella de un tiempo inestable. Las briznas entre las briznas, fueron usurpando además algunas flores violetas de algunos ocobos románticos, que bellamente adornaban los senderos de los parques primaverales. Por mi parte de vida, yo miraba nomás mi rostro entre los versos del tiempo. Luego, seguí regando algo de poesía a esta legión de innumerables seres culpables. Hacía así en letras, yo eso de narrar desprecio contra mis enemigos. Esto, lo procuraba en las afueras de mi pocilga en la cual vivía junto a mis deseos inconstantes. Entre lo tanto del día, yo solo estuve sentando sobre una acera ensuciada. Mi pluma del antiguo arte, permanecía entre mis dedos sobre un lienzo raído. Yo traté de terminar antes bien, la última metáfora nostálgica, ella de poca tranquilidad, inventada para mi recuerdo todo desvelado. Y la pude culminar con fuerza universal.

En seguida razón de magia, comenzaron a reverberar las flores de los ocobos súbitamente. La belleza florida, se iba yendo despaciosa hacia el cielo sublime. Se elevaban, ellas sobre los aires de las sustancias vívidas, junto a la esperanza. Parecían verse además sus vuelos como las de unas cometas brillantes. Ellas eran algo hermosas viéndose desde la lejanía. Claro, tras los pocos tiempos del día, ellas descendieron moribundas, para así posare enseguida, sobre unos barcos fantasiosos; siempre surtidos con dulces gringos

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y allá y desde allá, surgían unos navegantes solitarios. Y ellos con salvación, fueron disipando con fugaces suspiros, los aromas luctuosos de las flores, bajo el ambiente extrañamente poético.

Ahora más hacia el recuerdo; yo como un artista, entreveía por allí las olas de un mar embravecido, cuya suciedad de cadáveres, se revolcaba fuertemente debajo de la espuma. Había puros ahogados sin la vida digna. Era lamentable advertir así toda esta invención citadina, pese al paraíso del cielo; fraguado alguna vez sobre otra creación lejana. Luego, no supe nada más claramente desde los ayeres invertidos. Aquí, ya tuve que entender olvidadas las extrañezas de mis nociones perturbadas. Obviamente volví en mí, lo más rápido que pude desde las abstracciones de aquella ciudad perdida. Divisé seguidamente el exterior que me correspondía vertiginosamente. Descubría ahora, algo agitada la extraña mañana del dolor ajeno. Era algo excéntrica toda su rutina en ese centro esencial, por donde circulaban los hombres del comercio palpitante. Lo hacían ellos desde sus muchos vicios; junto a la decaída humareda del mal, una ciudad concertada entre un ritmo de ciertos días desaguados.

Así entonces sin bien, iban reapareciendo unos trabajadores de melenas largas. Cada ser de estos irracionales, ya andaba con su prisa, algo mal sabida al exterior. Yo veía ya más adelante andar a varios empresarios con sus portafolios. Reaparecían, con sus caras deformadas y de pronto ellos se hacían partícipes entre los callejones de ese pedazo de ruinas. Algunos a su vez, parecían estar soñando despiertos.

Mientras en lo demás citadino, salían algunos otros ejecutivos, quienes estaban con sus ojeras trasnochadas, así las percibía, bajo sus párpados partidos. Sólo luego, supe a unos pelados todos gomelos. Estos picados, iban recorriendo paso a paso la calle, nada bonita del bullicio desesperante. Todos ellos, andaban en manada y persistían entre sus sonrisas de burla. Pululaban más allá, las chicas bien arregladas del parche. Estaban recién bañadas en compañía de peinados violetas y sus pelajes algo rosados.

Ya del otro lado con vacuidad, había unos niños desprevenidos de la vida. Los pelados se entendían absolutamente desarreglados. Parecían estar con el traje de la noche del ayer. Más sin nada de pena, salían a recorrer los patios de

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esta ciudad, que es como una cárcel. Y ellos sin siquiera peinarse sus cabelleras enmarañadas de mugre, jugaban a ser grandes.

Así que entre esta mañana del hastío, reapareció también en la gente, su rutina afanosa de nada, por conseguir billetes con locura. Salían así por consiguiente a sufrir, la mayoría de estas personas, sin el arte de amar. Así era como los detallaba. Perdidos, lloraban entre su muchedumbre sonámbula. Así igual todo este gentío, fue concurriendo con su vida, disuelta y desecha, sin nada de esperanza en sus corazones rotos.

Luego con mal, hubo tres despreocupados niños. Ellos, iban por la esquina en donde mi soledad todavía estaba humillada, sin más tristeza recibida, que la misma soledad. Más respecto a los niños, las siluetas de ellos eran de un aspecto volátil. Eran sus formas como de coloraciones azules. Todos ellos, cruzaban presurosamente la brisa fantasmal. Ninguno parecía verse, entre los espejos de las vitrinas de los casinos. Mientras tanto, los morochitos querían adelantarse a conseguir un buen plato de sopa. En el restaurante de al lado, lo pedían. Desigual, el tugurio estaba lleno de ratones.

En cuanto a mí, yo miraba a los niños y los sabía con impotencia. Aquí, pues el niño más flaco, recibió la comida con ansiedad. Los otros niños restantes, se recostaron sobre un suelo frío. Allí mismo, degustaron la dicha porción diaria o semanal del alimento como si fuera una limosna de perros. Este arrojo desdeñoso, transcurría con una presunta normalidad desapercibida.

Ya en la otra calle, surgieron unos vendedores de dulces, quienes fueron acercando las barcazas cúbicas a los otros semejantes perezosos. Al rato, los marineros pudieron detenerse en cualquier lugar del andén marítimo y de momento, fueron ofreciendo sus productos a cualquier muchacho, que paseara por aquel sitio desordenado. La venta la hacían los más humildes felizmente. Vendían allí sus horas adentro de ese mar turbio y otra vez negruzco, desde el sangriento capitalismo. El vaivén del agua, se hizo entonces a mis ojos otra vez inmundo. Ahora, los dadores de dulces gringos estaban solos desde su otra esclavitud. Navegaban arduamente sus barcas de velas coloridas por entre las olas embravecidas, hasta lo muy vespertino. Ya parecían ser otros esclavos de supuesta modernidad. Más crecía la explotación, cuando ellos querían viajar

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por la ciudad, aún ciertamente adversa, aún algo infantil desde la ambición ignorante.

Más los pobres esclavos, por su parte, ofrecían algunas marcas americanas de dulces, solamente llenos de cosas sintéticas. Las remuneraciones, eran además inapreciables para todos estos esclavos, recién robados. Permitían, las monedas escasamente para conseguir una pesca de milagros espirituales.

Ya para la otra parte; no sé, sólo recuerdo la nueva temporalidad de la tragedia social. Sucedió de repente, cuando fueron arribando unos hippies. Ellos iban entre las deshoras alucinantes. Juntos, desenrollaban las esteras suyas del hedor a trago trasnochado. Exhibían enseguida allá, los parceros, sus collares de piedras pulidas. Mostraban luego, sus manillas coloridas del ayer creativo. Al otro tiempo, ellos buscaban asemejar las legendarias artes de nuestros ancestros indígenas. Y fuera de todo, no faltaba quien ofreciera aretes enmallados; diademas metalizadas, más algunas sandalias isleñas y las riatas de moda, que simulaban ser víboras enroscadas. Sólo entonces así en bondad, los amigos de estas ilusiones, eran lindamente unos amantes del arte. Pero pese a todo, ellos no vendían las manillas suficientes; por lo tanto, los amigos de lo ambulante, enrollaban de repente las alfombras otra vez con sus lágrimas de tristeza. Cuando al acto seguido, algunos hippies decidían zarpar mágicamente hacia otro horizonte de ilusiones. El viaje lo hacían alucinógeno así como iban sus conciencias borrachas. Aunque al rato, volvían casi todos ellos del más allá tan absorbente. Desenvolvían entre risas otra vez sus muchas artesanías del recuerdo. Luego, casi todos los navegantes podían vender fantásticamente sus pocas invenciones de amor a las mujeres. Al fin, pues los parceros, conseguían hacer los billetes para hacer otro viaje a la eternidad de los sueños mágicos. La remuneración eso sí no era nada satisfactoria. Pero daba lo posible como para una bailada con alguna muñeca mimosa, ella algo distante del desastre y la furiosa realidad. Y todos así, queriendo bailar afuera de la agonía y todos queriendo estar afuera del delirio, vivían en el arte.

Pero al final del día, otra vez, todos volvían envueltos con los sueños rotos. En dolor, regresaban al sin mañana y sin los besos robados. Después así nomás, los hippies a lo encandilados fueron zarpando hacia otra playa. Ellos,

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navegaron algo turbados mientras por el otro lado se aparecieron unos vendedores de papas fritas. Remaba dicha tribu introducida entre unas balsas rubias. Estas eran circulares y tenían el salero, como remo a la derecha de siempre. En travesía, se detenían un poco a pensar en los raros desprecios. Pasaba, porque los jóvenes burlones se exageraban al decirles: Ole, papas viejas, papas viejas, regálanos unos paquetes de fritangas verdes. Aquí pues, no se acaba el cuadro de la lástima, sin el canto. De hecho, aún se fueron acercando más vendedores al centro ciudadano. Se hacían otra vez a los lados de estas calles inmundas de envidia enemiga. No había ahora ni nunca ningún otro lugar para ellos desgraciadamente. Siempre, dicho grupo llegaba algo tarde al trabajo. Vendían sus cosas, con su flotador intermitente, cruzado a la espalda. Eran los navegantes de los minutos, ofrecidos para las peticiones de la misericordia. Ellos se recostaban bajo los ocobos rosados. Más las muchachas, parecían unos teléfonos públicos de celular; claro ellas atendían, entre la misma pobreza y siempre sonriendo generosamente.

Ahora cierto, luego del tiempo les cuento, recuerdo haber visto otro drama peor, sufrido en la ciudad de Mowana. Fue haber descubierto a los náufragos del desvarío bohemio. Sentían ellos la marea del hedor, llegándoles ya a la garganta. No vendían nada más que pedir la limosna. Desde sus caras casi ni miraban a la gente azarosa. Sólo sus cuerpos, se dejaban arrastrar por las corrientes negras del silencio, bajo el mar infernal. Vagaban además sin alguna vida digna en esta sociedad del pecado. Estaban como perdidos al ayer persistente. Ante ello, sólo cerré mis ojos por un instante. Y cuando los abrí, observé una última vendedora de cartas góticas. Podía distinguirla a ella borrosamente, desde una esquina algo contrariada. Parecía estar la mujer, escasamente agarrada a un lienzo de rosas. Andaba ella algo llena de inspiración entre los poemas del encanto. Y la ancianita, procuraba no hundirse ante los fuertes oleajes del mar salvaje, pero de repente, ella se murió como una artista de verdad y se murió entre el olvido de las poetisas, un tiburón se la tragó con voracidad.

Ahora entonces, yo agonizo y yo estoy desesperado. Ahora, yo sólo invoco el amor de los navegantes. Ellos, son una esencia única de dar muchas formas de nobleza. La mayoría de estos seres encantadores, nomás quieren

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ganarse la pesca milagrosa del arte, una pesca que sea algo buena para sus existencias. Incluso todavía, ellos procuran compartir los peces bajo una noche encendida, junto a sus hijos algo navegantes del mar. Además, ellos sólo anhelan alabar a sus esposas con una fiesta de navidad, no tan penosa. Pero nada sobreviene para ellos, sólo experimentan los sueños esfumados. Aquí pasa es todo lo contrario de cosas buenas, nomás las mujeres y nomás los hombres, se van enfermando anémicos, adentro de sus pobres cuartuchos. Menos que salvación; antes del final, muchos de ellos van siendo devorados por el Kraken, muchos se van muriendo entre las fauces de esta bestia, sin ninguna misericordia de perdón.

En cuanto a mí, para estos tiempos, recuerdo la muerte de mi última existencia. De hecho, por allá entre la miseria, yo igual me tropecé contra el Kraken; pasó una sola vez el animal por sobre mi presencia y de golpe el monstruo, me devoró como a un poeta. Por lo tanto, ahora soy un artista solitario de esta ciudad perdida; hoy soy además un fantasma. Y así el Kraken, me haya dejado en la muerte, sin piernas y sin cabeza; yo aún pienso en libertar a los navegantes del mar; pero no, no, que pasa y ese estruendo, ah, no, ah…

La Obra Literaria; Merecedora de Reconocimiento Departamental de Cuento, Tercer Premio de Literatura, Universidad del Tolima, Premios Creatividad, Talento y Juventud, Ibagué, Colombia, Año 2007

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LA DIVINA ALEGORÍA

Si la profunda memoria no me falla, durante este veloz instante, vuelvo a mi recordada fuga del castillo infernal; hace un siglo imaginario de ustedes, hombres de cuerpos móviles, ustedes seres mortales, seres miedosos al amor. Ya respecto al tiempo, me lo pasé sufriendo abajo de sus dominios terrenales, durante casi todo un milenio errático. Fui ciertamente para aquella existencia, una luminosa retratista en aquel mundo de sonámbulos; un mundo plagado de seres malsanos y bestias a la vez homicidas. Menos mal, mediante mi facultad creadora, sigo aún con vida; pero ya me sé residente en otro universo posible, descubierto años antes, por mi arte del dibujo. Desde la infancia, yo también traté de volarme de ese imperio tan temido. Procuré la huida rompiendo los espejos del enfoque equidistante. Pero nada, no podía ser libre en realidad.

Más entre las casuales rutinas, me gustaba repasar los cuentos de Gabo, debido a su poder íntimamente fantástico. Y yo, una mujer prisionera en un cuerpo transformista, luché por reflejarme en los amores trágicos de aquel escritor. Sola entonces sola, bajo una noche de masacres, mientras leía alguno de sus cuentos, por fin pude llegar al final del abismo; sucedió cuando la pintura viva del horror, se abrió en mil pedazos y enseguida yo fui cayéndome hacía arriba del único castillo perdido, viéndolo todo rodeado de vidrios traslúcidos. Así bien, ahora yo piadosa, estoy en otros museos, me paseo por los anchos pasillos pintorescos. Ahora yo risueña, salgo a recorrer los largos patios floridos. Ahora yo encantada, miro cada decorado del jardín tan espiritual. Para mí es como sentir un paraíso de paz. Hay bosques azules, sembrados atrás de los mares hundidos; hay navíos, surcando ríos de nebulosas estelares. Para mí es como descubrir la tierra blanca. De hecho, aquí

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en esta fortaleza inmortal, siempre habitan los ángeles y ángelas, quienes mantienen jugando felices, entre los cielos abiertos, igual de libres a sus bailes inocentes, entre los vientos invisibles. Y así ya, sin ningún fin, así de voladora y de mágica; mi unción hoy es bella y bella como las madrugadas con lluvias escarchadas, hoy presenciadas en esta única divinidad.

La Obra Literaria; Merecedora de Reconocimiento Internacional, Tercer Premio de Literatura, Feria del Libro de Moreno, Buenos Aires, Argentina, Año 2010.

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LA LUNA DEL FUEGO BLANCO

Durante la tarde gris de este mundo, la luna vuela prendida en un fuego oscuro, así la observo yo desde la ventana de la habitación circular, donde yo me sé con depresión. Ahora, bajo la mirada al frente mío y por allí de cerca evidencio a los niños del encantamiento atardecido. Ellos están felices escondiéndose en los rincones de este barrio misterioso. Algunos de los jovencitos, nomás acaban de juntar sucesivamente sus caras ruborizadas, mientras ellos van y vienen y siguen besándose lindamente, adentro del parque del otoño, que hay recreado al frente del hogar de apariencia campestre, donde yo vivo. Un poeta fantasmal me divisa entretanto con sus ojos de íntima ternura. El lirista, me examina desde lo lejos y entonces por estar detallándome, hoy él deja su inspiración para otro tiempo que sea más vivo, para los versos en bondad. Entre otras cosas extrañas, descubro que el cielo sigue bañado de cenizas, por lo tanto, sigue suave en melancolía. Hay también mucha gente asocial, sufriendo la soledad del espanto, debido al desapego, sabido en este barrio. Ellos van lanzado burlas contra sus amigos artistas y ellos van vacilantes por entre los caminos de esta ciudad borrosa. Son muchos los paseantes solitarios de este día nublado, quienes van solos recorriendo los andenes. Van ellos cabizbajos con sus caras mal humoradas y van ellos mal con sus muecas rabiosas. Y que feo el mal, que acaba de pasar; un niño es tumbado del triciclo rojo y suyo en el cual iba montado felizmente, hace un rato. Sin nada de duda, le botaron su inocencia contra el asfalto. El niño iba rodando antes por un sendero de rosas. Jugaba a las carreras veloces en este parque de árboles deshojados. Más luego del tiempo él fue arrojado del triciclo, luego de un puñetazo bestial, que recibió a traición por un bravucón.

El niñito entonces, sufrió el áspero golpe, como si su humanidad fuera un muñeco de trapo inservible. Ahora él llora un poco el dolor, entre los paisajes de esta realidad imperfecta y yo lo espío con mucho cuidado.

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El mismo niño flaco, quien siempre me ha gustado, se levanta ya de pronto de la agreste caída. Eso quedó todo lleno de raspones. Al otro tiempo, mira al ladrón de juguetes correr por un portal incierto. El desquiciado se va como hacia un túnel claroscuro. Y con extrañeza, mi enamorado advierte de que su triciclo, no está al lado suyo. El ratero se llevó de un solo zarpazo, su más valioso divertimento. Así que el hombre malvado, debido a su sagacidad, se fue yendo de bufón con la máquina. Se alejó de allí, forrado con una máscara de payaso, burlándose de lo más victorioso, entre sus risas maléficas. Este maldito, así pues así, anda feliz en la otra dimensión, por haber hecho llorar a mi niño de pelos negros, por haber dejado a mi chiquito, lleno de moretones.

Mientras tanto yo sigo sola, viendo todo este drama indecible, junto a la ventana de mi casa rosada. Y los otros andantes dispares, siguen sin hacer nada, sólo se saben chistosos por ahí sin pensar, sobre el robo alocado, mal causado contra el lindo niño. Es apenas un chico recién abandonado a quien la acaban de robar la fantasía. Además este gentío, ni hace bulla, ni ayuda al niño bondadoso, entre su tristeza suya, pero ella efímera. Así que por esta sorpresa, yo me tiro al cielo brumoso, desde mi cuarto y desde la ventana, otra vez abierta. Más aquí y ahora, caigo de golpe sobre el prado mojado con las lluvias pasajeras. Al rápido instante, corro como despavorida para ir a auxiliar al morenito hermoso. El pobrecito aún está sin la compañía de alguien bondadoso y aún está sin el arrullo de alguna esperanza. De momento descubro es la tempestad del universo, veo es a los crepúsculos sin días, sin muchos rayos de soles rayados. Entre las hojas muertas de los árboles; veo es la palidez decolorada en este jovencito, bajo la sombra de las enramadas.

Y más y ya más después, menos mal me acerco a ti y por fin te acojo con regocijo, mi niño bonito. En encanto rodeo tus brazos flojos con mis brazos de suave hermosura. Te abrazo así amándote con mi única blancura de mujer preciosa. Te seco devota, tus lágrimas, mi lindo niño. Limpio tu agua del alma con mis dedos débiles, todos sensibles. Y yo sigo aún enamorada de tu pureza infantil. Así entonces, amoroso tú conmigo, mi niño adorado, mejor

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esperemos a solas por algún milagro verdadero, aguardemos mejor rejuntos, una búsqueda de tiempos más calmados, sin más inútiles guerras, sin más muertes horrendas. Asimismo, trata de calmar la soledad tuya y aquieta la soledad mía, una soledad sola de nuestra intimidad.

A mi seguido sentir de dulzura, mejor soñemos unidos juntos; queramos que no haya tantos desamores incautos; hoy a lo íntimos en compañía; imaginemos que hay más amores vivos. Intentémoslo, pese a ver las hojas grises, recién esparcidas por los árboles, cayendo sobre nuestras cabezas de pelos enredados.

Entre tanto tú, mi niño de brazos calientes, para lo sublime, te vienes hacia mí y te recuestas sobre mis pechos de queja. Me acoges con dulzura. Así nomás, abajo de un leve suspiro, ambos entonces miramos en amor, hacia otro día mejor, hacia un día más inmortal, ansiado de poesía en mí y lleno de romances contigo, mi niño humano. Y claro el poeta fantasmal; se aparece fulgurante otra vez, ya nos sonríe y nos protege, atrás del otro cielo espejado; mientras la luna mágica, nos baña ahora con luz celestial, mientras la luna llena, se nos prende ahora de fuego blanco.

La Obra Literaria; Merecedora de Reconocimiento Internacional, Mención de Honor,

Tercer Concurso Literario de Relatos Asombrosos, Misiones, Argentina, Año 2011.

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EL NAVEGANTE

Hoy en el cuarto, donde vive, hace frío. El niño ahora está allí con hipotermia, flota en su cama de madera. El agua del mar se le mete por la ventana. El oleaje le llega casi hasta los tobillos. El chiquitín quería ser bucanero cuando grande. Pero la aventura de irse a navegar en barco le llegó ahora de niño y con naufragio incluido.

La Obra Literaria; Merecedora de Reconocimiento Internacional, Finalista de Microrelato, Concurso de Microrelatos Fimba, Natal, Brasil, Año 2011.

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UN POETISO A LA ESPERA

Ella me tocó y retocó ayer. La joven hermosa de repente me abrazó. Ella me besó ayer en la boca. A mí me enamoró de verdad. La doncella, fue la novia hermosa, quien me forzó delicadamente. Fue extraño, fue la doncella de mi amor, quien me recogió del balcón para después llevarme al teatro. Eso la pasamos rebueno por allá a solas. Yo me sentí todo dichoso al lado de su belleza. En pareja, nos fuimos a ver el drama de Caperucita Roja. En la sala lo pasamos como nunca en vida. Eso como que nos reamamos con timidez. Pero ahora mi realidad es muy distinta. Sin sabores, mis labios están salados. Mi esperar se hace largo, hoy la joven hermosa, duda en conocerme mejor.

En cuanto a mí, desearía que estuviera aquí conmigo. Para este día, ella no me habla ni un poco ni nada. Es lamentable lo que nos sucede. La doncella se me esconde en un muro con otro muro. Más esta vez es la decepción y esta vez es la llovizna grisácea, que padezco en el alma. En este instante, mis manos las toca el ambiente y veloces mis besuqueos son con una señorita imaginaria. Eso sí, ayer sábado yo creía a la joven hermosa, entre los colibrís rosados, junto a mí nomás y con gran felicidad. En su viña, yo figuraba nubes de miel. Yo me sentía como en un tiempo de Semana Santa. En mí, había un poetiso con mucha ilusión. Según la concordia de la doncella; desde mí, crecía una pasión maravillosa hacia ella. Incluso, ayer cuando estuve en su castillo, le llegué a decir: Te quiero amorosa, tú quien eres tú, la que me enamoras.

Así que de esta forma amorosa, parejamente nosotros en medio de la noche pasada, nos alcanzamos a consentir con adoración y sin querer alejarnos, el uno de la otro, juntos nos despedimos muy bien. Hasta por su

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confianza de mujer, le alcancé a dejar un libro de cuentos y por cierto, todo este mundo me parecía una delicia romántica.

Pero entonces después, el paraíso de la felicidad, se me fue al vacío cuando alumbró la otra madrugada. Por supuesto, yo fui al balcón de su aposento a llamarla desde temprano y en verdad son estas las horas; las once de la noche y la doncella hermosa, nada que se asoma a la ventana. Debido a su no salida, me es una lástima el no verla, me es una fatalidad el no tenerla entre mis brazos.

Qué será lo que le pasa a mi novia, será qué se está arreglando, sí, yo creo que sí.

La Obra Literaria;

Merecedora de Reconocimiento Internacional, Finalista de Microrelato, Primer Concurso de Microrelatos, Misterios para el Sueño, La Cesta de las Palabras, La Coruña, España, Año 2011.

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VISIONES IMPERFECTAS

Tengo que declarar todo lo que viví hace una semana. Con asombro aquí lo expreso. En un principio, durante aquella noche inolvidable, pasaba a recostarme en el camarote de mi habitación. Lentamente me tendía allí contra el colchón para buscar algo de serenidad. A lo deseado, iba borrando mis problemas despaciosamente; mientras trataba de dormir, mientras hacía reiterados esfuerzos para apartar el exterior de mí, pero nada que no podía irme hacia el astral. Más lo que permanecía en mi interior, era el constante insomnio y debido a esta razón, comencé a descubrir una distorsión de intuiciones como extravagantes.

En el acto, divisaba a una mujer de pelo rojo. Al tiempo, ella estaba asomada en la ventana del piso octavo del edificio donde aparentemente residía. La mujer se sentía allá como sola. Ella como que sufría la metrópolis noctámbula con exageración. Entre tanto y apenas pasó un segundo, lo que hizo la vieja, fue colgarse de la baranda. Esperó ahí a que el cansancio la soltara. Y por cierto, que fue cayendo rápido al vacío, hasta cuando se sintió estrellada contra el asfalto.

Luego yo pasaba a develar otra visión. Era la de un hombre que corría disfrazado como un ejecutivo por la calle. Ansioso iba rebasando a la gente indistinta. A su paso cruzaba ya una avenida, atestada de tráfico vehicular, pero él no alcanzó a llegar hasta el otro extremo de la acera, porque de golpe fue arrollado por un camión de carga. Eso el señor quedó destrozado como una masa de carne.

Ahora más en el recuerdo, me pasó otra escena. En esta fugacidad de destinos identifiqué a una niña rubia. La peladita era una diosa hermosa de

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escasos doce años. La pobrecita jugaba muñecas al frente de su casa. Las tardes le parecían una fiesta deliciosa de café con galletas. En ese momento, se alistaba precisamente para la reunión más divertida del día, pero por desgracia no pudo hacerlo, porque desde lo horrible pasó una bala perdida de la guerra, que le atravesó la cabecita.

Del resto, lo último que vi, fue el reflejo de un asesino encapuchado. El delincuente iba vestido de negro, iba veloz avanzando por entre los arbustos por abajo del atardecer. Se acercaba a una residencia de dos pisos. Llegaba a la entrada sin ser casi visto. Acto seguido, forzaba la cerradura de la puerta con cuidado. De pronto la abría sin hacer ruido. Y menos mal, un segundo antes de que cruzara a la sala principal, aparecí yo y pasé a cortarle el cuello, mediante un hachazo que le clavé en el acto, porque ya sospechaba que él venía por mi captura. El otro sentir, sólo la calma del drama y todo inmóvil entre los lamentos.

La Obra Literaria; Merecedora de Reconocimiento Internacional, Finalista de Relato, Segundo Concurso de Relatos, Las Leyendas, La Cesta de las Palabras, La Coruña, España, Año 2012.

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MUERTES INACABADAS

Hay un señor de traje gris en la plaza de Belén, quien está sentado en una banca. Por culto, lee el diario del domingo, sin mostrar nada de prisa entre la mañana. Ojea las noticias donde hablan sobre las víctimas de esta semana. En primera página, cuentan como la actriz Gabriela Castro, murió por haberse tropezado con un cable de luces intermitentes, que habían dejado junto a las escaleras. Ella, antes de fallecer estaba en el segundo piso de su cuarto, arreglándose para la fiesta del Año Nuevo, cuando de repente le dijo a su madre que iba a recibir a los invitados, porque ellos afuera no paraban de tocar a la puerta. Al debido momento, cuando fue a bajar, Gabriela no vio el cable desgraciadamente. Sola descendió despacio y enseguida uno de sus pies se enredó con el lazo de luces y por inercia, rodó por los escalones hasta atropellarse con las baldosas del primer piso, cayendo toda escalabrada.

El señor lector, por su parte, una vez acaba de repasar la escena, se sorprende ante la tragedia. Deja el periódico a un costado suyo y reflexiona según la frescura como empieza a mirar hacia el frente. Pero de golpe él se asombra. Una mujer de cabellera rubia, decide arrojar una matera gigante a la calle. La lanza desde la azotea de su casa de tres pisos. Ella actúa al parecer con cabeza fría. De hecho, un joven arquitecto va pasando por la calzada de abajo de la terraza. Y debido a las causas, la maceta le fractura el cráneo como le destripa los sesos a ese muchacho, quien conocía a la asesina. El señor de gris por su visión es el único testigo, allí presente. Advierte el drama con angustia. Se asusta al saber de la traidora. Así que trata de evadir la realidad. Pasa a cerrar los ojos. Desde su intimidad, sólo vuelve a recordar el día cuando falleció su esposa, luego de haberse atorado con la espina de un pescado. A cada repaso suyo, imagina el tiempo como si fuera un espejismo brutal. Los espacios se rompen sórdidamente para sus adentros. De más en desequilibrio, se pone a llorar mientras intensifica en su mente, la cara agonizante de su mujer.

Entre tanto, un policía del sector aparece corriendo desde la esquina aledaña. Va a toda marcha y se detiene hasta cuando llega a donde yace el

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muerto de la maceta. Por lo pronto inspecciona ese cuerpo desangrado, que quedó irreconocible. Sin mucho dolor, ya sabe que no hay forma para salvarlo y por eso no se apresura. A la suerte el hombre uniformado, venía de recibir un llamado de auxilio, que hace poco recibió desde la cabina de mando. Fue precisamente la mujer rubia, quien habló con las autoridades. Ella gritó como una loca a la que nunca le entendieron nada claramente. Por eso ahora el hombre uniformado, ante tal incertidumbre, retoca el timbre del portón para ver si alguien sale a darle información sobre este incidente. Espera algunos segundos. Mientras, pide por una ambulancia desde el celular personal. A la vez rara, nadie contesta desde esa casa desvencijada. Ante tal silencio, él decide entrar por la fuerza. En breve; quiebra el vidrio de la entrada, descorre la cerradura, entra al recinto desorganizado. Sin tardanza, cruza por una sala cristalizada. Y el hombre de gris, sigue de espía, sentado en el banco de la plaza. Luego el policía, pasa al patio de materas rojas, más de inmediato, la mujer de piel rubia, lo asusta al observarla a ella; colgando de una bufanda negra, quien aún se mueve en su cadáver, desde el ventanal de su habitación. Casualmente la joven era hermana de la actriz, quien días antes se tropezó con el cable de luces.

En cuanto al señor del traje gris, ahora se levanta para ir a conversar con el policía. Da unos cuantos pasos hacia adelante y sólo de repente, su respiración no puede con su asma y desmayándose, va cayendo al prado y se va quedando dormido. Pero pese a la adversidad, no se muere y lo mejor es que aún vive, vive, vive.

La Obra Literaria; Merecedora de Reconocimiento Internacional, Finalista de Cuento, Tercer Concurso de Cuentos, Cuéntame un Cuento, La Cesta de las Palabras, La Coruña, España, Año 2012.

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ANIMACIONES EFÍMERAS

Los mimos juegan en el parque de diversiones. Se suben al barco del artista milagroso. A ellos nadie los puede agarrar ni los policías. Sus ganas pueden más que la dejadez. En grupo, zarpan ahora hacia el cosmos. Un atardecer verdolaga los resplandece. De a poco se mecen en sus asientos. Empiezan a navegar por las aguas de la magia. A su sin tiempo, ellos imitan a los niños que los acompañan durante este viaje. Recochan con inocencia. Les hacen unas muecas chistosas. Estos navegantes de por cierto se ponen felices. Sus caras se ruborizan mientras que el vértigo les hace cosquillas. Más a cada nada, una mima abraza a las niñas con recogimiento. Les acaricia los cachetes y les regala dulces. Es una fantasía lo que se vive en esta aventura. Todos aquí son amables. En esta misma paz, un mimo lindo salta al mar de los peces de chocolate. Se zambulle bajo las olas galácticas. Busca la comida festiva. De cerca ve un poco de camadas de sardinas, recoge sólo las cafeinosas y veloz vuelve al barco tambaleante. Ahora hay varias cantidades de golosinas para los tripulantes. Y entonces los pequeños sueltan las histerias a medida que abundan las sorpresas. Así bien, entre lo instantáneo, aparecen los dioses de los astros. Sus espíritus son estelares, ellos son aéreos, expresan su humildad. En fraternidad, habitan por el universo insondable. Para esta ocasión, ellos elucubran unos conejos voladores. Los reproducen y se los dejan a los infantes en sus manos para que ellos los enternezcan. Enseguida, los dioses se van tranquilos y los mimos los despiden con sus gestos bromistas. Y la maldad allí no existe y sí crece la bondad. De esta forma ellos unidos conviven en amistad, los infantes junto a los artistas. Por medio de

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rimas se cuentan los asombros que han descubierto. Exultan lo que han evidenciado con pasión, escuchan sus voces, se hacen más congénitos. Aunque ahora claro, sucede algo disconforme; el mimo sabio quien es el que maneja el barco; decide anclar otra vez en la tierra. Lentamente se detiene sin desearlo, el paseo se ha terminado. Hacia lo otro inadvertido, todos vuelven a su normalidad monótona. Cada niño, se baja por la cuerda de la salida, acompañado por un mimo. Y un poco bravos, ellos se ponen a pensar sobre el estudio con el trabajo de mañana, que deben mal lograr, porque en el pueblo toca ser aburridos para poder subsistir. Así en desilusión; las maravillas de a poco se esfuman; las niñas dejan de imaginar y los mimos vuelven a ser hombres.

La Obra Literaria; Merecedora de Reconocimiento Internacional, Segundo Premio de Literatura, Feria del Libro de Moreno, Buenos Aires, Argentina, Año 2012.

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AFUERA DE LA NADA

Invento una abstracción. Representa mi interioridad. Es tan artística que me adentro en su complejidad. Voy hacia su magnitud. La percibo y se parece a la palabra, infinidad. Sus rincones son maravillosos. Cada obertura es misteriosa. Siempre hay una nueva convicción. Por eso en bien es majestuoso estar en este espacio deslumbrante. Me muevo hacia todos lados y hacía ningún lugar. Sucesivamente cambio de forma abstracta, sin haber lógica. En un segundo soy un ser inmaterial mientras que en el otro instante soy un ser fantástico. Es agradable saberse diferente. Entre lo otro valioso, me alimento del líquido inasible que por aquí cobra una efusión, su sabor es espiritual. De a poco inunda los vacíos. Es sutil su química y calma mi sed por soñar. Más puedo traspasar los sentidos. Reconozco como los recuerdos se rompen. Lo trivial se dilata. A lo conjugado el dolor deja de existir. Todo lo superficial se me borra de la conciencia. Sólo la fantasía real se reproduce en esta dimensión. Sobre lo insondable recupero mis ilusiones. Es este un presente antiguo que yo reconstruyo. Antes era indistinto y ahora lo hago alterable, ahora lo vuelvo trascendental. Tanto aquí lo único, que uno como creador puede quedarse inmerso en esta composición, sin los simulacros; más yo lo busco con voluntad. De hecho en este estar yo estoy feliz, no hay imágenes y sí hay sublimación.

La Obra Literaria;

Merecedora de Reconocimiento Internacional, Finalista de Cuento, Primer Concurso de Cuento Breve, Grupo Editorial Benma, Ciudad de México, México, Año 2013.

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EL GUARDIÁN DEL BIEN

Al comienzo de aquel día; un duende salió temprano de su cabaña. En diversión, cogió por el sendero que estaba rayado de sol. Entre saltos, se fue adentrando en el bosque. Anduvo por entre piedras y plantas. Regocijado, disfrutó el olor de las margaritas, de la naturaleza. Cada vez más, fue yendo hacia los árboles frondosos.

Luego de un rato de caminata, él profundizó la mirada y a lo lejos advirtió la choza del campesino, Jeremías. Aquel hogar, se hallaba recubierto por bejucos tupidos, por cigarras, grillos. Y el dueño resultaba estar allí, pobre con su sombrero, llorando como sin consuelo, durante esa mañana, colmada de calor. Así lo supo el duende Darwin, quien había acabado de subirse a una acacia amarilla para espiar a Jeremías.

Entre tanto, Darwin al advertir su tristeza, se bajó del tronco y corrió hasta donde este hombre campestre, vivo de piel morena. Se le acercó con sagacidad al hombre. Al tenerlo al frente, lo saludó con humor, cogiéndose la barba, después le preguntó:

¿Por qué lloras; amigo, qué te ha pasado?

Mira, mi única hija, Carla, se perdió ayer en la laguna encantada Dijo el señor entre lágrimas . En tan sólo un instante, ella se desapareció de mi presencia. Al no verla conmigo, yo pues la llamé a gritos, perseguí su perfume y la he buscado durante noche y día, sin descanso, pero nada que la encuentro.

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-Oye, amigo y será que es por casualidad esa niña, la que viene por aquella pradera.

El campesino entonces volteó la cabeza para ver hacia su derecha y supo que era ella, su hija, la inocente Carla.

En cuanto al duende; rápido se escabulló por entre los arbustos, más siguió haciendo su trabajo por el bosque, el cual era darle sorpresas a los desamparados.

La Obra Literaria;

Merecedora de Reconocimiento Internacional, Finalista de Cuento, Certamen Literario de Ediciones Mis Escritos, Buenos Aires, Argentina, Año 2014.

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ABRAZOS

La ilusión de una morada en el tiempo es el deseo de hombres y mujeres. Octavio Paz

Hoy sacralizo tu alma, poetisa. En estos instantes amorosos, permanezco esperanzado, oliendo tu aroma de novia. Yo enamorado, me quedo suspirando por la poesía tuya. Entre lo perpetuo, sigo vivo bajo la tarde tropical, queriendo estar siempre contigo, porque eres la primavera de mi juventud. Y hoy sólo te amo por la emanación tuya, bajo este deseo de placer, que presiento profundo en ti, sin recelo, sin miedo a la distancia. Ya de repente, te caes sobre mi cuerpo flaco. Hermosa y con un todo de frescura, me besas en la boca. Nos concebimos abrazados como los queridos románticos, mientras persistimos sentados junto a la marea de la playa. Al otro suspiro, te riegas un poco en la mariposa, toda bella, te delatas a lo famélica. Más, yo te acojo para probarte y nos sabemos a solas, risueños en alborozo. Nos ofrecemos unas miradas confiadas; tan procuradas por ambos con dulzura; amorosa. Mientras, se hace este día vibrante, más intenso. En demasía el gozo es tierno en armonía para ambos. Así bien, develo el reboso de tu dulzura en tus mejillas, según como disfruto, una con otra caricia tuya, tan palpitante en ti. Y el silencio, un silencio sereno y tuyo, musa. A solas, nos acoplamos de a poco con nuestro romance. Asimismo, te veo más bonita que cuando nos encontramos aquella mañana en la isla del Edén. Por el presente, tú estás tan delicada y tan madura como una dama de primavera. Pero apenas te lo digo; debido al miedo, sólo te susurro este secreto. Hoy quiero adorarte con las

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figuras intimistas. Me separo entonces de tus pechos albos, allí donde estaba recostado junto a tus delicias celestiales. Así que lento, pinto tu belleza en el lienzo. Te hago rosácea como para esta ocasión tan esperada. En la misma instancia, te concibo más preciosa, que las sirenas soleadas. Tu efigie es esbelta como una diosa misteriosa; tu piel renace blanca como las nubes y yo te admiro con pasión desbordada. La cara tuya, precisa en lo esotérico, me hechiza y envanece. Con la adecuada devoción; tus ojos de mar, entre esta realidad confundida; ahora me sumergen en fantasías. Por esta vivencia tan nuestra, te ansío con más besos. En vez seguida, yo rozo tus brazos de color arena. Y el olor a lila tuya y persistente que embelesa, me sublima. De llenura, tu gracia dada para la vida; me hace loarte con locura. Conmigo estás toda sincera. Ya con sorpresa; tus cabellos se mecen junto a la brisa, ellos van refulgiendo castañamente con perfección. El día y tú, resurgen en uno solo, se prenden hechos para este pintor tuyo, quien termina de sonreírle a tus rubores, musa idolatrada. Avivo enseguida, la inspiración por cuidarte largamente hasta el sin fin del olvido. Para esta vez, me quedo entonces contigo, sin ningún adiós desvanecido, recobro tu dócil ilusión. Y a suscitación con elevación, estoy contigo como reposo en tu felicidad; dedicándome a ti y protegiéndote con nuestro amor; candorosa de mi mundo; linda, que te poseo otra vez abrazada a mí, mientras acabo de recrearte; mujer surrealista.

La Obra Literaria;

Merecedora de Reconocimiento Internacional, Puesto Número Nueve, Doceavo Certamen de Narrativa, Karma Sensual, Buenos Aires, Argentina, Año 2016.

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TACHUELA

Hoy recomienza el juego para Tachuela. A su hora, se arregla sin nada de afán. Está él de lo más contento del corazón. Sabe que su presente es infinito. Ya despacioso se acomoda la pimpinela roja en la nariz, se pinta la cara de azul. Le queda bien esa máscara con el vestido de salsero que lleva puesto. Su sonrisa ahora la hace de escarcha. De una sola queda bonito. Enseguida; da unos cuantos pasos hacia adelante, empuja el espejo del cuartucho en donde dormita y tranquilo sale a la ciudad bogotana. En lentos segundos; cruza la avenida Caracas, llega al rincón de la otra esquina desteñida, más le regala una monería al niño que acaba de pasar distraídamente con su madre en embarazo.

Y son las nueve de la mañana en Colombia. Hace un frío ceniciento en esta capital del espectáculo. El día parece ser promisorio para quien cree en lo increíble. El payaso así para lo feliz; se detiene en la acera, abre su portafolio de algodón, extrae una peluca de colores, se la pone sobre la cabeza. Hoy hacia lo indistinto, debe hacer reír a la gente igual que ayer. Ciertamente está casi listo para invocar la diversión. Su mayor deseo es romperle la rutina a los deambulantes. De repleto, lo aspira mediante la imaginación. Aquí entonces, supera al miedo con sorpresa y mímico se dispone a bailar una cumbia caribeña. A lo artista; se deja llevar por esa canción de La Pollera Colorá, cuya lindura suena levemente en la cafetería del costeño. Tachuela a lo bonachón, se siente liberal en estas afueras festivas. Eufórico, agita sus zapatos gigantes. De repente da una vuelta completa y de animoso; le roba el beso a una bufona tonta quien acaba de salir por el edificio de los chocolates. Luego corre solo a toda marcha para evitarse la cachetada. Evade a unos cuantos constructores que se le atraviesan. Coge por un callejón sin direcciones rápidamente. Por allá, se esconde entre las canecas y unos pedazos de madera, porque él quiere otra vez ser niño con ella. La mujer queda por su parte desconcertada; se saborea los labios embabados, le da es risa y no lo persigue ni hace nada anormal. Mejor, coge por su camino habitual para ir hasta el circo de los tramposos. Anda sin ligereza a lo fresca. Tras lo pensativa, recupera su mundo

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de fastidio sin siquiera haber distinguido al ladrón. Del resto, que deambula como una solterona por la desiudad. Entre sus momentos, boba se deprime cada vez cuando los hombres la observan como a una muchacha recurtida. Esto duro le sucede con bastante frecuencia. A causa de su vagancia, la decepción constante le destroza las ilusiones más hermosas.

En cuanto a Tachuela, sólo espera entre las lagartijas a que ella se vaya lejos. Casi no hace bulla. Escasamente, espanta a los bichos que se le suben por los pantalones. Los bota con repudio al suelo con sus dedos. Pasan a la vez unas nebulosas por sobre sus ojos cafés. Tal casualidad pues le resulta enigmática. Por aquí él se siente un poco mareado. En verdad ese clima brumoso, lo trastorna. Aparte, que incesantemente esa vida social lo confunde por ser tan monótona. Así en lo ansioso, saca un cigarrillo del bolsillo. Por medio de una magia chispeante, lo enciende con curiosidad. Excitado se lo lleva a la boca, lo fuma sin zozobra. Se chupa sus emociones. El humo sobre lo albo despeja su mente. De paso, recita un rezo para que ningún ratero le quite la maleta en donde tiene guardadas las bromas junto con el dinero. Es que dejó los cachivaches detrás del teléfono público. Por tal motivo, sale ahora del escondrijo. Da la última bocanada al vicio, bota la colilla. Más que cuidadoso, se asoma a la avenida para ver si la bufona ya se fue a su trabajo. Efectivamente ella no está en estos alrededores del desorden. Nomás se ven carros que sobrepasan los semáforos; nomás trotan los ejecutivos con sus trajes de paño y por ahí hay algunos jóvenes, que juegan a la rayuela. Demás por este destino, chistoso él loco va otra vez enrumbado hacia su escenario de actuación. De mozo lo encauza con pasión, porque su forma de pensar es diferente al de las personas comunes y corrientes.

Por lo cual en breve, consigue aparecer una corbata de sus mangas. Se la pone sobre el camisón y entre burlas empieza por imitar a los oficinistas malhumorados, que no cesan de transitar por la calzada mugrienta. Como hombre sin pena, les critica el caminar y les repite los gestos, sin decoro. En acto irrespetuoso les saca la lengua. Acaba de cruzarlo asimismo un comerciante rubio, que va vestido de negro. Y Tachuela de saboteador, le echa maizena en el pelo. Pese a todo, nadie reacciona ni lo detiene, ni siquiera el

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propio agredido quien sólo ingresa al casino en donde hace negocios con los clientes.

Debido a esta pasividad; ahora el payaso de repasado, ironiza a un viejo canoso que está recostado contra la pared, viendo salir los renacuajos de las alcantarillas. A lo extravagante, Tachuela pues lo ofende sin la menor precaución por hablarle a modo de fantasma. Hasta lo hiere con unas muecas de obsceno, que le recrea. Entre lo otro anormal, se aleja de allí por unos segundos y dándoselas de malicioso, pasa a coger un globo del ramillete que hay más próximo y pronto, lo chupa con morbosidad con la boca. Enseguida; vuelve hasta donde el anciano, se le enfrenta hasta la barbilla. Más al instante, le revienta esa bomba verdosa en toda la cara. En conjunto, Tachuela procura efectuar una pataleta de histeria. Sus carcajadas se figuran como insoportables. Para uno no creerlo, también se pone a brincar en un pie por esa insania que lo acosa. El señor, desde su posición de ofendido, claro no puede soportarse más la chanza, su semblante ya está rojo de rabia. Ante el apuro, sólo por un impulso cierra una de sus manos y severo se le manda encima, le acaba de zampar sus buenas trompadas. De golpe, le reventó la mejilla derecha, lo dejó sin la menor oportunidad para defenderse, lo estrelló contra el sardinel.

Ya entre lo otro iracundo le grita:

Perro hijueputa y usted qué me vio, pinta de gallina Desadaptado por aquí le mete otro puño . Sabe y eso le pasa por dárselas de guasón, tonto marica.

Sí, pero no me pegue, yo sólo quería hacerle la amistad Dice Tachuela pendejamente.

No, le creí, guevón, le creí Al mismo tiempo le lanza una patada en las costillas.

Menos mal, asoma un policía por la esquina del teatro. Avanza a pasos lentos a medida que le da los giros al bolillo. Hace distraído la ronda de rutina. El cansancio lo embarga casi hasta lo inaudito del desocupe. Pero una vez ve el altercado entre ambos civiles, recompone su estado de ánimo y decide ir hasta donde ellos; se les arrima con dureza de mando, pasa a separarlos como puede con las manos. Igual a lo normal, para la otra reflejante realidad, los habitantes de este suburbio aparecen junto a las puertas de sus casas para

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chismosear lo que puedan gozarse descaradamente. Todo esto azaroso les causa excitación. Y la gentuza de la calle que pulula en la polución, fisgonea de reojo al payaso ensangrentado. A los presentes les genera ironía esta precisa desventura, menos a Piedad quien advierte el drama desde los ventanales de una librería antiquísima. Ella desde allí, lo que augura es un poco de compasión por el pobrecito y por ello piensa en inspirarle un poema de salvación.

El señor agente mientras, llama a los revoltosos al orden y pita varias veces para hacer escama. Ante ello, Tachuela se levanta del asfalto. Lo logra entre tumbos. Se tiene contra la pared. Ahora remueve la cabeza hacia un lado y hacia otro costado. Lentamente recupera la noción del equilibrio. Permanece callado por un largo rato. Deja que el viejo peleador hable sus canalladas, inventa un montón de embustes. Más el payaso examina a su enemigo con una cara de desprecio. Recorre ese cuerpo fornido con su mirada. Le da rencor. Y de repente, se da cuenta de que él tiene la billetera ligeramente salida del pantalón. De modo que estira las manos como si estuviera desperezándose y de un sólo raponazo, le hurta el objeto de valor. Acto seguido, huye hacia el atajo del cartucho a toda velocidad. Al poco tiempo desacelera. Sólo se agacha para recoger el maletín que aún está junto al teléfono. Lo toma con rapidez. Vuelve a correr con ganas. Va derecho hasta donde el local del costeño. De una vez por allí voltea por la esquina de los vendedores ambulantes. A lo ágil, se escabulle entre la multitud de los desengañados mientras el tombo revolotea a modo de perseguidor.

Ya por aquí, Tachuela acaba de quitarse la peluca y la máscara. Así pasa desapercibido como un desconocido. Limpia a su vez la sangre que quedó en sus labios. Aún de más, trata de ir apresuradamente por los callejones. Lucha por perderse de los opresores disparatados. En medio del bullicio, rebasa al cuentista Evelio, quien sabe que este mundo es de mujeres y de hombres pobres. Sin embargo el payaso, lo esquiva sin distinguirlo en su exhalación tan excelsa. Nomás coge de largo por una carretera destapada. Sortea a los hombres taciturnos, va veloz hacia ningún lugar en donde las personas diferentes obran como malabaristas. A lo fabuloso, siente que flota en el aire. Fugaz se ha podido escapar. A lo luminoso es porque bufona viene otra vez a

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su presencia. Ella regresaba del circo del trabajo y volvía para su apartamento; cuando entonces por entre los eucaliptos y los grillos, lo reconoció a él, al payaso fascinador.

Por esta magia elevada, juntos se toman de la mano en menos que mucha tardanza. Al cabo divino, cruzan por un parque de drogadictos así como atraviesan unos varios potreros de vagabundos. Sobre lo otro milagroso; llegan unidos al palacio de los espejos. En hecho, van hasta la entrada de los reflejos coloridos. Y son las horas de los desarreglos universales. Ellos por fin tienen el valor de traspasar por la incepción. Con expectativa lo hacen con una energía poderosa. De conformidad, hombre y mujer viajan por un agujero de gusanos. Un año luz semejante transcurre en el tiempo. La oscuridad explota. Más en mayor experiencia, ambos retornan a la infancia en donde Tachuela suspiraba por ella. Así hacia lo inesperado, regresan a esa avenida Caracas de las alucinaciones. Allí todo lo observan igual a como las cosas eran durante el pasado. Las vigilias están intactas; nada lo conciben distinto, la gente sigue en su mismo inframundo. Tan sólo lo único; que ellos dos intuyen que cambió, fue el juego y el amor de la bufona. Por eso entre lo majestuoso, ahora recomienzan una vida nueva de bufón y otra de payasa.

La Obra Literaria;

Merecedora de Reconocimiento Internacional, Relato Ganador, Primer Premio Internacional de Relato Corto de Humor, Ruiz de Aloza Editores, España, Año 2017

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RIMA SECA

Usted si salió vago; Joel, usted sólo quiere hacer la nada con esa poesía. Además, yo no tengo plata para sus libros. De verdad, la terquedad suya por comprar esas locuras, me parece una completa pendejada. Deje de pedir lo que en serio me falta. Esta discusión, le digo, carece de sentido, no respeta ninguna razón. Entienda chino, que eso del arte es un desocupe. Mejor mire como ayuda en esta casa. De buena gana, colabore con los gastos de la vivienda. Joel, simplemente es que las coja, hay que economizar el dinero, los tiempos ahora están muy tremendos para uno invertir en lo que no sirve y está perdido. Fuera de estas cosas, usted siempre ama vivir de bohemio, para que nos ponemos con mentiras, la vida no son fantasías. A lo bien labure, vaya consígase un berraco trabajo, que parece un limosnero. Pues si seguimos con lo de su creatividad, nos terminamos muriendo todos de hambre. Maldita sea y ya no me revire, deje de ser tan terco, que trabaje y deje de joderme el noticiero, estoy o no en lo cierto, así ahora está el mundo. No, espere, no. Es que Joel, yo como hago para que comprenda, por favor, recapacite la realidad, vaya estudie al país, dese cuenta de que el arriendo nos está saliendo recaro. Hoy los servicios vuelan por las nubes, los impuestos son cada vez una vaina más ladrona y para colmo, las entidades de salud son unas perras mal geniadas. De verdad, métase eso en la cabeza. Pero ahora que pasó con usted, también de altanero conmigo, cuál es la grosería, se alebresta hasta conmigo, sabe que mejor, sólo cállese hijuemadre, lárguese de mi vista sino quiere que lo eche de esta casa, poeta de pacotilla.

La Obra Literaria; Merecedora de Reconocimiento Internacional, Puesto Número Dieciocho, Mención de Honor en el Certamen de Expresión Cultural, Un Vistazo, Oaxaca de Juárez, México, Año 2018.

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DE LA SOMBRA A LA ESPERANZA

En este memorable testimonio; lo confieso en verdad, yo vi la guerra de los violentos en el pasado. Fue una época más que aterradora. La muerte estuvo allá en cada rincón campestre. Niñas se descubrieron desangradas y cayeron niños decapitados. Eso amanecieron jóvenes hasta mutilados. Era en realidad constante lo execrable. Entre los valles, sólo aparecían cuerpos tirados en el prado, por las batallas. Y las bombas arrancaban el corazón de los parientes. Mientras, seguían las iracundas explosiones durante los días y las noches. Rebeldes contra militares combatían en las montañas. Sus ataques se lanzaban con venganza. Eso ningún bando daba tregua. Cada vez peor sucedieron los fusilazos entre estos enemigos. Ellos dispararon con sus armas, todas las balas. Propiciaron el caos hasta el extremismo tremendo. Desunidos, fueron causando la devastación. Y nosotros andábamos entre el fuego cruzado. Allá estuvimos mis abuelos y papá conmigo, vivenciado el pavor, juntos gritamos este dolor, que experimentamos con heridas. Los viejos, lamentablemente no pudieron salvarse de tanta rudeza, pronto se extenuaron y perecieron. En cuanto a nosotros, seguimos adelante con hombría.

Cuando claro, por lo tanto rebotado, vinieron los saboteadores. Esto por supuesto, nos lastimó a los oriundos de las villas. Con sus furias, hicieron abusos a nuestra comunidad rural. Ellos quemaron las fincas; los labriegos fueron desterrados, nos agobió una crisis territorial. Como efecto, sobrevinieron nuevas angustias por estas preocupaciones. Muchos de nuestros amigos con sus familias; tuvieron que emprender entonces la huida; unos alcanzaron a superar las travesías hacia los pueblos sabaneros, pero la mayoría por el camino fallecieron. Y otros tantos compadres, fueron desaparecidos, no se volvió a saber de ellos.

Entre tanto; yo con mi padre, que éramos los enfermeros del villorrio, Tierra Negra, presenciamos la situación muy grave y también partimos, apenas encontramos oportunidad, nos subimos en un campero y nos fuimos para la ciudad de Bogotá. Afortunadamente pudimos escapar sin dejar rastros. Durante el viaje, recorrimos el boscaje con el atardecer púrpura. Nos alejamos

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a buena velocidad de los ranchos, respirando como despedida el frescor de las orquídeas. Más una última vez, contemplamos la tierra perdida, oreada por la bruma, yéndose con el murmullo de los grillos y el revolotear de las cacatúas. Luego, nosotros en compañía de otro pasajero y el conductor, continuamos avanzando por las curvas de la trocha, que atravesábamos en medio de cafetales y subíamos hacia la serranía.

Ya por la noche, cuando llegamos a la capital de Colombia, paseamos por los distritos del sur, buscando la casa de prima Carmen. Eso duramos horas dando vueltas por el barrio El Tunal; nosotros varias calles despavimentadas, cruzamos entre los semáforos y rebasamos distintos suburbios bajo el cielo nublado. Más por ahí en las calles, preguntamos a unos transeúntes la dirección solicitada y apenas nos medio ubicamos, volvimos a enrumbar por entre las casas y los edificios hasta cuando al fin encontramos el lugar residencial. Allí obvio, nos bajamos del campero y despedimos al señor conductor. De seguido, pasamos por un sendero pedregoso y al llegar a la vivienda, tocamos a la puerta y la Carmen, tarde nos recibió de mala gana, ella con su cara rabiosa, pero sin hipocresía. Al menos, nos dio la prima una que otra limosna de posada y pudimos quedarnos en el sótano de los trebejos.

Al cabo de unos pocos amaneceres, claro nos tocó irnos para las afueras. Cogimos pues nuestros corotos y salimos hacia lo citadino. Mi padre se puso triste al comprobar tanto desconsuelo; ni siquiera Carmen a quien amábamos, nos socorría lo suficiente. De hecho, nos supimos obligados a transitar por los andenes como forajidos. Aquellos rededores estaban sucios, saturados de basura, olía incluso a caño. El panorama era decadente. Ambos nos sentimos desprotegidos. Hasta tuvimos que dormir una temporada en la intemperie, luego en algunos inquilinatos. Por allí y por allá, yo hallé además la miseria de los otros hombres. Unos lloraban como indigentes, ellos siendo moribundos, todos tumbados contra las aceras rotas. Otros, se ganaban el diario vendiendo dulces y periódicos, sus rostros se reflejaban macilentos. De parejo rumbo, me tropecé con varias prostitutas hermosas, que echaban coqueteos, ofreciendo sus encantos, pero ellas en el fondo permanecían frías. Cada ser humano de Bogotá, iba yendo con su propio sufrimiento.

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Nosotros para nuestra posición, andábamos sin empleo y así estuvimos durante casi tres meses. Entonces comenzamos a rebuscarla como pudimos con perseverancia. A lo humildes, dimos recetas por comida, limpiamos llagas a señores por centavos. Diferentes males curamos a los menesterosos. Así fuimos superando de a poco la adversidad. Cuando una tarde de mayo, nos llamaron a la pensión donde descansábamos y resultó ser la doctora Piedad, dándonos su aprobación para que prestáramos servicio como brigadistas. Enseguida, pues nosotros cogimos por este destino. Las hojas de vida presentadas a las entidades de salud, dieron resultado. Al poco tiempo estuvimos con los uniformes verdes puestos. Aunque claro, por cada campaña a realizarse, nosotros asumimos el compromiso de atender a centenares de convalecientes. Por lo tanto, trabajamos de sol a sombra como esclavos. Hubo que realizar distintas actividades con rescates. A mi padre; Jorge Pizarro, le tocó por cierto suturar y vendar a los hombres de la guerra social, quienes llegaban desde varias regiones del país, todos cortados y escalabrados. En cuanto a mí, tuve el deber de recuperarlos, dándole a cada uno de ellos sus pastillas y voces de aliento, más yo aún efectúo esta misión con responsabilidad. Esta amada enfermería, junto a otros compañeros, bien la emprendemos todos los días entre semana y pese a la muerte de papá, siempre con fiel esperanza, nosotros los enfermeros, ayudamos a la gente, hasta hoy. Y mañana, si lo soñamos, todos nosotros a vivir por la paz.

La Obra Literaria; Merecedora de Reconocimiento Internacional, Diploma de Honor, Revista de Literatura, La Sirena Varada, Editorial Dreamers, Ciudad de México, México, Año 2018.

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EL MARINERO DEL PACÍFICO

Hace muchos años; un hombre taciturno y sombrío, vivía en la ciudad de Panamá, que se llamaba, Cristóbal Montoya. Por tradición, trabajaba como navegador de un barco, pasando de los muelles al mar. Era una persona de pocos amigos. Hablaba escasamente con los nativos. A solas, promovía su faena marina. Todas las mañanas, salía en su barco por el océano pacífico y durante cada viaje, se ponía a pescar delfines para sobrevivir entre los días.

Bien de madrugada; Cristóbal hacía lo suyo, zarpaba hacia las aguas profundas. Desde la cabina de mando, manejaba el timón, yendo en el barco por entre las olas espumosas, dirigiéndose hacia lo azulado.

Tiempo después, cuando llegaba al mar abierto, Cristóbal pasaba a estribor y feliz, preparaba la caña con la carnada, luego lanzaba el nailon con los ganchos, más pronto que tarde, cogía los delfines de diversos colores. A lo sigiloso él, los iba matando. Y en cuanto tenía bastantes pescados, volvía a navegar, remontaba de nuevo el océano, surcaba los oleajes, regresando hasta el muelle. Posteriormente, bajaba a tierra y se encaminaba a vender los especímenes en la plaza de mercado.

Así en estas prácticas, el marinero estuvo durante varios años. Se supo perseverante en su ir y trasegar por esa piratería suya. La rutina, la llevaba con regularidad. Cuando un lunes de septiembre, vivenció una aventura misteriosa, que le cambió su futuro. Todo comenzó al amanecer de aquel día lluvioso. Temprano, Cristóbal fue rumbo al muelle para realizar su actividad pesquera de siempre. Al poco tiempo estuvo en aquel sitio, caminó por un sendero hasta llegar al barco y entró a la popa, más allí siendo fuerte, levó las anclas y enseguida se dirigió al timón, ya arrancando como un nauta, él con su gorro, conduciendo el navío por la mar umbrosa.

De seguido en el viaje, Cristóbal con brújula en mano, marchó hacia el oeste para el horizonte del invierno. Por el trayecto, fue a media velocidad, adelantando las mareas y viendo el cielo nubado. Asimismo; percató una bandada de golondrinas, volando por los aires. Tal ocasión, le sosegó un poco

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su melancolía. Así que se puso a canturrear un bolero panameño, que evocaba lo viejo y así entre su presente, siguió desplazándose por lo marítimo.

Ya cuando este marinero, llegó al paraje deseado, salió de la cabina y se fue hasta la cubierta del barco. Pronto allí, fue preparando la caña profesional, junto con la carne. A lo seguido, se puso a probarla con algún pez y sólo en ese momento, todo se revolcó, comenzó a embravecerse la mar, cada vez más grandes fueron surgiendo las oleadas, ya golpeaban los costados de la embarcación y a crecimiento, fue tornándose una tormenta centellante.

Ante tal eventualidad, Cristóbal decidió refugiarse en el cuarto central para esperar el sobrepaso de la borrasca. A lo rápido, ingresó al cubículo, permaneció allí encerrado unos minutos, tomando vino y pensando en la soledad. Cuando de súbito, cayó un rayo sobre la proa, que abrió un hueco a los maderos y precipitosamente, se fue hundiendo el barco.

Desde su posición; claro el panameño, salió a ver qué había sucedido, comenzó a trotar hacia la veleta y apenas se percató del percance, corrió hasta el bote salvavidas y se ubicó en la bancada, dispuesto a huir para salvarse. Sobre lo sucesivo, se puso a mirar la brújula y comenzó en el bote a remar hacia el este para la costa.

Durante la travesía; Cristóbal Montoya, recorrió varias leguas de navegación, remontó los oleajes encrespados, fue surcando con intrepidez la tempestad. De continuidad, él siguió remando por entre las aguas sombrías, rebasó distintos espacios acuosos y avanzó un buen tramo del océano, pero a pesar suyo, todavía no avistaba tierra.

Al cabo de unas horas de trasiego, obvio se cansó este marinero y se dejó arrastrar por las corrientes del viento. Más con preocupación, no pudo remar para donde quería, se supo exhausto, fuera de que el salitre ya iba cuarteando la piel de sus manos y de su rostro. Entonces, él se recostó en el suelo del bote y allí descansó su corporalidad, durmió hasta el anochecer.

Ya al despertar; Cristóbal vio por suerte unos delfines, que iban surgiendo del agua, ellos brincaban a lo raudos entre la marla. De a nado, se apresuraron hasta su proximidad. Sorpresivamente después, él descubrió como ellos, rodearon el bote y de pronto supo, que juntos fueron empujándolo hacia la costa.

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Así bien y de madrugada, llegó el panameño a la orillas del pueblo Cambutal. Por ahí en la playa, encalló el bote de madera. Más adelante, un nativo que iba andando por el arenal, lo avistó a lo lejos y por ser un joven gentil, corrió a socorrerlo, pues él bien resuelto, levantó al hombre y lo llevó a su choza, le salvó la vida.

A partir de aquella historia personal, Cristobal entonces por todo lo vivido, no volvió a pescar y mejor se dedicó a construir canoas para así subsistir con mayor humanidad.

La Obra Literaria; Merecedora de Reconocimiento Internacional, Diploma de Honor, Primer Concurso Literario Por los Océanos, Uruguay, Año 2019

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PERDIDO EN LA CIUDAD

Todo este misterio fantástico, me sucedió hace unos días. Era la mañana de un lunes caluroso de marzo. Yo deambulaba por las calles de París, queriendo evitar el trastorno que padecía. Me sabía exasperado, sufrido en paranoia. Tenía la mente pesada. Por eso andaba tomando aire, para calmarme. Trataba de olvidar los problemas. De hecho a solas, ya divisaba las mansiones del barrio Montmartre. Las fachadas eran clásicas, estaban adornadas con jardines. Como un humilde colombiano, exploré cada una de esas estructuras gigantescas. Tal particularidad, claro que de a poco me desahogó, así pude equilibrar los pensamientos, apreciando las afueras. Eso fue haber encontrado el futuro ante mis ojos. En lo personal, quedé pasmado ante la belleza citadina. Se percibía la esperanza. Además las mozas, con sus pañoletas rojas en la cabeza, salían a los balcones para oír a los pájaros. Desde temprano, ellas presentían sus cánticos de fiesta, añorando a los sizerines. Entre tanto, yo admiré a las mujeres. Sus bellezas colmaban todo con docilidad. De manera inesperada, hacían resurgir el alboroto en medio de las plazas y por lo lindas, posaban como modelos en tanto los fotógrafos les hacían el arte.

Mientras, sucedió lo fortuito, yo cogí de rumbo en bajada por unas escaleras. Y pensé que en las cosas simples, muchas veces aparece la felicidad. De paso, rebasé a varios poetas malditos. Algunos de ellos, inquirieron en mi espíritu según como sus rostros permanecían impasibles. De a poco, se dejaban arrastrar por la misma despreocupación. Casualmente uno de esos rapsodas, quien tenía puesto un sombrero, fumaba bajo un almendro,

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viendo nomás pasar a la gente y esta contemplación, quizá la hacía para espolear su inspiración, luego para poetizarla.

En tanto lo individual; se me perdió el tiempo, volteé en una esquina de perfumes, fui recorriendo los andenes, seguí adelantando al destino y pronto, pasé por un parque amarillo, crucé sus prados, sin detenerme. De efecto, los rapsodas se quedaron atrás y solos con sus quimeras. A lo distinto, por allí había varios niños jugando a ser libres. Los unos felices, se resbalaban por un rodadero y los otros risueños, montaban en columpio. En cuanto a lo preferido, yo los precisé por un tiempo, ellos se sabían fraternos. Acto seguido, reanudé de camino a pie. Avancé con pleno despabilo. Tanto que no recapacité en como volver por los distritos ya transitados. Eso vagué por entre diferentes edificios y muchos callejones, sin desgana. Cada vez más, quedaba hechizado con esta capital famosa. Por lo linda, sus portales me empujaron hacia otros sitios desconocidos.

Ya pasada una hora, me di cuenta de que estaba perdido. Lo primero que hice fue tratar de no asustarme, ni ponerme a llorar. De reacción, llamé a un transeúnte con la mano para que viniera adonde yo resistía, sin embargo el señor no entendió y salió corriendo. Ante tal situación, fui al restaurante que había al frente mío. Actué sin pensarlo ni nada. Llegué allí sólo por intuición. Cuando estuve adentro, un camarero se me aproximó con prudencia. Iba vestido de blanco. Dijo unas palabras en francés que no descifré. Para lo mejor, le formé un rectángulo con los dedos, aparte de haberle ejecutado una mímica como pintor. Por suerte, el señor adivinó esta petición. Comprendió, que yo era extranjero. Entonces extrajo de su bolsillo una libreta con un lapicero, pronto me entregó esas dos cosas.

Gracias a ello, pude dibujar la plaza de Tertre. Una vez acabé lo pretendido, el hombre de ojos azules, logró reconocer aquel sitio. Lo examinó

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con detenimiento. A su razón; tomó el dibujo entre sus manos, figuró un muñeco donde nosotros estábamos con el restaurante y después trazó un camino que llevaba a la plaza de culto.

Por lo tanto bien, yo retomé el rumbo, anduve diversos portales y callejones modernos, recorrí unas casas elegantes y en cuanto pasé los amplios lugares del urbanismo, mucho tiempo después, llegué a donde los maestros de Tertre. Fue extenuante la caminata, no lo niego. Aunque ya estando allá, entre ellos y sus cuadros, volví de repente a estar tranquilo. Se me disipó lo confuso. Desde ese paraje; recordé en cómo ir hasta el hotel Menosal, donde llevaba varias noches de estadía.

Así que por lo vivenciado, fui hasta aquel edificio de tres pisos. Más cuando ingresé al cuarto donde dormía, sentí alivio al observar mi máquina de escribir intacta, aún con la hoja llena de letras hasta la mitad. En sucesión, para no recaer en ningún otro percance, me puse a terminar este cuento.

La Obra Literaria;

Merecedora de Reconocimiento Internacional, Primera Mención de Honor, Diecisiete Concurso de Cuento Hespérides, Buenos Aires, Argentina, Año 2019.

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CRISIS COMUNES

Había violencia en el pueblo costeño de Macondo. Y por supuesto esta realidad, puso al escritor ansioso hasta exasperarlo. De lleno, se atormentaba su cabeza al presenciar tanto caos. Era cada vez más fuerte el malestar que padecía, las muertes ajenas lo alteraban y obvio con los días, sintió que no podía sobrellevar más este problema solo. De modo que este literato, se fue una tarde para la casa de su mejor amigo, una vez pudo volarse del periódico donde laboraba. En cuanto dejó el despacho suyo, salió a la calle y paró el primer taxi que pasaba por allí despaciosamente. De seguido, se montó en el puesto trasero del auto, saludando al señor moreno y al debido tiempo, pidió ser llevado a su destino.

Durante el viaje por la carretera, el literato caviló sobre la incultura de su gente. Según avanzó en el carro, yendo por entre las palmeras, reflexionó a las personas pobres y a ellos sin educación. Los razonaba en general como unos seres imperfectos. De terquedad, la mayoría de sus compadres, no querían la lectura, preferían era la villanía. Asimismo este hombre, fue profundizando estos pensamientos durante todo el recorrido.

Ya cuando el literato, llegó a donde vivía su amigo, pagó el pasaje al taxista y le dio unos centavos de propina, luego abrió la portezuela y pronto pasó a la calzada, más se fue distanciando del conductor, caminando a pasos rápidos por la calzada. De recorrido, yendo en subida, cogió rumbo por un sendero de piedras y empezó a trotar hasta cuando estuvo de frente a la casa. Allí claro, tocó precipitosamente a la puerta. Entonces, Mario en el instante se levantó de la mecedora y pasó a abrirle al maestro Gabriel. De querencia, lo saludó al recibirlo, más con buena cortesía, lo invitó a seguir al salón de los

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libros. De acuerdo en compañía, recorrieron el pasillo de la entrada, rodearon por ahí unas estatuas Incas y sin demora, ingresaron al recinto de las obras literarias. Una vez acomodados en los sillones, se tomaron un café que les sirvió la empleada y cultos, fueron conversando sobre la literatura. Entre tanto, Gabriel le contó la desgracia que tenía:

Hermano, sabes, hoy estoy muy mal. La verdad, Macondo ahora está explotando en guerra. Los pobladores, perdidos en sus crisis mentales, conspiran es ataques con odios y pues la situación es preocupante, yo no sé ya qué hacer para remediarlo, ayúdame, todo este desconcierto, me trae enfermo, no puedo casi ni dormir.

Tras las palabras, así de franco, Mario le respondió:

Escucha; Gabo, pero si yo sufro del mismo mal que tú, sólo que a mí me sucede es en Pantilandia.

Dudó unos segundos en volver a hablar y de repente, dijo:

-Y bueno, qué nos inventamos, Gabo, una revolución artística.

La Obra Literaria; Merecedora de Reconocimiento Internacional, Primera Mención de Honor, Diecisiete Concurso de Cuento Hespérides, Buenos Aires, Argentina, Año 2019.

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PERDIDO EN LA CREACIÓN

Hace unos años, yo conocí a este artista, recuerdo que era un hombre con ojos de luciérnagas. La última vez que lo vi en esta vida, fue junto a la ventana de su habitación modernista. Ese día, lo percibí preocupado en su personalidad. Por cierto, él manifestaba un semblante fantasmagórico. En cuanto a su ocupación; hacía de escritor existencial y por lo tanto vivía encerrado en su residencia, obrando novelas por la patria de Macombia. Demás como persona, tenía la cara regordeta en medio de su piel blanca, que lo distinguía tan propiamente. Y le gustaba fumar con pasión. Entre los atardeceres, prendía el cigarrillo, adentro en su biblioteca. Tiempo después; pasaba a la estantería y tomaba los libros de siempre. Allí bien, rememoraba las historias de Gabo y Héctor Abad, leía sus obras literarias, las imaginaba con agrado y al nuevo tiempo, pasaba a su escritorio y resuelto se sentaba de frente al computador para rehacer a la literatura artística. Allí en además su situación, pensaba en los miserables y con deseo febril, se ponía a relatar las atrocidades de sus personajes malditos. El estruendo de los hombres al morir, lo convirtió consecuentemente en un hombre revoltoso con la escritura. De hecho a solas, comenzaba a revelar unos seres monstruosos por medio de las tramas que recreaba portentosamente. A su ritmo, iba soltando las palabras suyas con ferocidad. En subida, sólo se prendía con verdades hasta irrigar su estrepitosa prosa en el lienzo. Así generaba con poder intrigante su novelística, alcanzaba a trasmitir fuertes sugestiones, concebía las figuraciones poéticas, muy bien.

Ya cuando él iba menguándose, pasaba a beberse una taza de café con calidez. Más lo hacía en soledad, para así poder repensar mejor los conflictos

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de los protagonistas. De modo tal que le daba uno y dos sorbos a la bebida. De a poco cavilaba, un poco elucidaba su mente. Y de repente, reanudaba su narrativa roja, recuperaba el sentir enérgico, ponía las imaginaciones rompientes. Pronto al hecho, volvía a la ficción, metiéndose profundamente hasta llegar a la ruptura dimensional, donde las masacres acababan por ser una realidad del país donde él envejecía entre los propios sacrificios.

Entre tanto el escritor, según creo, se quedó entre la vida y la muerte, posiblemente fue cuando lo vi por última vez en su habitación, aquella tarde de octubre. Pues lo cierto es que nadie ha vuelto a presenciarlo en ningún lugar ni en alguna ciudad, tan siquiera utópica. Así que parece que ahora no está aquí en nuestro mundo ni allá en la fantasía.

Sin más; tal es todo lo que se sabe del novelista, que está desaparecido.

La Obra Literaria;

Merecedora de Reconocimiento Internacional, Primera Mención de Honor,

Diecisiete Concurso de Cuento Hespérides, Buenos Aires, Argentina, Año 2019.

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JULIO POR SIEMPRE

Hoy el poeta, anda distraído por la calle. Observa como pulula la gente. Va a paso lento con el dejo de su sombra, comprendiendo la amargura de ellos. Precavidamente esquiva a estos otros argentinos. A la mayoría los adivina tristes, menos a unos pocos quienes están como estresados. Ya da un poco de codo para abrirse espacio entre la multitud. Eso roza a señoras y hombres de todos los colores de piel. Los unos van con sombreros mientras que los otros desfilan con abrigos. Entre tanto, Julio examina sus rostros para sentirles la nostalgia y se percata de que ellos por dentro están fríos. La depresión del país los tiene así de trastornados. Cada quien sabe el silencio que debe guardar o si no hasta puede ser encarcelado, por nada, porque libera la lengua de verdad. Tras las amenazas; pues los llorones se quedan callados, no hacen ninguna gritería.

Más con suerte, Julio los rebasa ahora con galanura. Los deja por allá en medio de ese desorden. Mejor, él pasa a la otra esquina. Con genialidad, logra adelantarse en el tiempo. A su voluntad, camina por una calzada cualquiera con el cigarrillo de siempre en la boca. Pasea a lo surrealista; creyendo en lo imposible, saludando a varios cronopios y famas. Hace así lo que desea por la ciudad. Casualmente acaba de encontrarse con Daniel, un viejo amigo. Por lo fraternales, optan por estrechar sus manos. Se saludan en bien. En el otro acto, cruzan unas cuantas palabras como simbólicas de vez que resuelven ingresar a tienda Vinola. Entre chistes, cruzan el portal, van hasta la barra. Por allí, se sientan sobre las butacas y con prestancia piden al joven de turno dos mates.

Durante la espera, hablan sobre las experiencias de lo fantástico. Julio comienza por su parte a relatar una historia. Rememora el día cuando vio a una enana morada, saludándolo desde el columpio que había al frente de su casa. A su parecer la creyó cariñosa. Ante tal sorpresa, él asegura haber salido de la habitación donde estaba para dirigirse rápidamente a la calle. Así que recorrió el pasillo principal y luego abrió la puerta del recibimiento con el

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propósito de conocerla a ella. Por cierto, sus ganas por apreciarla eran fuertes. No obstante, cuando reparó la vista a lo lejos, ya no la encontró a ella. En vez personal, distinguió a un hombre de cara misteriosa, vestido todo de negro. Debido a este desarreglo, volvió al encierro suyo en donde permanecía, para pensar mejor las cosas.

Entre tanto, ellos los literatos, recuperan ahora la noción del presente. Acaba de llegar el muchacho con las bebidas. Estos amigos, serenos las reciben, se las toman en compañía. Y mientras el zureo de la tarde apacigua el clima, Daniel entona su voz en vez como dice:

-Poeta, yo sólo tengo una anécdota curiosa. Esta me sucedió en Belgrano. Era eso del medio día. Hacía sol con brisa. Avanzaba el día sábado con lentitud. Así lo descubría sobre lo letárgico. Para lo personal, sentía pereza hasta en los nervios. Yacía en el parque Central, recostado contra un escaño de madera. La verdad no hacía nada. Vivía sin aspiraciones en ciudad capital.

Sufría hasta de maluquera. A escasas, oía el canto de los canarios, salvando los vacíos de aquella agonía, tan mía. Nomás a rutina, observaba a los vecinos de siempre, entre sus hijos con las mismas rutinas, yendo de prisa a sus apartamentos para escuchar la radio. Menos mal, por los avatares del destino, se acercó a mí, Haroldo Conti. Pasaba de anónimo por el barrio, más al descubrirme a solas, vino hasta donde estaba yo. De inmediato, dejó un libro suyo en mis manos, luego cogió por un callejón, yendo rápido hasta cuando se desapareció. Y claro, desde aquel suceso, gracias a él, sé de ficción.

Pero que genial, Daniel. Lo trascendental pasa definitivamente cuando uno menos se lo espera, eso sí que es cierto-Sentencia, Julio Cortázar.

Tras esto pasado, los dos amigos desahogan sus voces. Han confesado sus infidencias inexplicables. Más se hallan ahí en simpatía con la vida. Aún reunidos experimentan un rato agradable, sueltan una que otra carcajada, dejan correr sus viejos rumores, la pasan bien.

Ahora, al acabarse los mates, cada quien se levanta de la silla, pagan frescos la cuenta al joven y con normalidad se van del lugar. Caminan ya juntos lo largo de varias cuadras artísticas.

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En el teatro Moderno, se despiden con gentileza, se separan, se distancian el uno del otro hombre. Al tanto, Julio sigue su rumbo por el andén hasta la plaza de Mayo. Una vez llega allá, ve maullar a un montón de gatos. Estos se pasean por los arbustos, brincan con mucho arrebato. Algunos entre ellos, se recuestan sobre el prado azulado. El poeta, por cierto los vislumbra junto al crepúsculo. La mayoría son rojos y los demás son negros. Unos faroles iluminan sus cuerpos peludos. El maestro, entre la misma magia, se les arrima con cautela y acaricia a uno de estos mininos con los dedos. Este bate la cola a la vez que otro de ellos se encarama por su espalda. El Julio, queda entonces encantado como un niño, les dice puras inocencias de ternura.

Y por gracia de la divinidad, Aurora aparece acompañada por un loro. Ella a lo pronto va hasta donde este enamorado suyo. Corre para siempre protegerlo. Ahora lo saluda y lo remansa con sus manos. De nuevo, lo seduce al ritmo de cada rozar de pieles. Más por fin, ellos vuelven a ser novios, juntan sus labios, se lloran con felicidad y mientras tanto los gatos empiezan a volar por los buenos aires.

La Obra Literaria; Merecedora de Reconocimiento Internacional, Primera Mención de Honor, Diecisiete Concurso de Cuento Hespérides, Buenos Aires, Argentina, Año 2019.

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SOBRE EL CASO NIEVES

En un principio; les confieso que voy a contar la historia real de Blanca Nieves, pues nadie en el pueblo conoce la verdad de lo sucedido.

Como enano rebelde, me dispongo entonces a relatar aquel pasado vivido y sus desgracias.

De recuerdo, yo vivía hace muchos años en una casona de madera y allá habitaba con mis hermanos. Éramos cinco los pequeños quienes permanecíamos reunidos en familia. Por aquella época soleada, llevábamos con moral nuestra juventud en paz. Todos nosotros nos comprendíamos entre la rectitud. Cada uno realizaba sus quehaceres del hogar. Los jóvenes limpiaban las alcobas y los más viejos fregábamos los vestidos. Hacíamos estos oficios con paciencia. Y cuando acabábamos, nos íbamos para la cocina, preparábamos allá la comida. Y apenas quedaba lista, reunidos en ronda, merendábamos las sopas con los jugos, bastante nos alimentábamos, después juagábamos la vajilla en el lavadero y dejábamos la casona limpia.

En cuanto a lo personal, nos respetábamos y nos cuidábamos los afectos, nosotros manteníamos fraternales en el comportamiento social.

Aparte, no teníamos problemas con ningún amigo ni vecino. La sociedad silvestre era apreciable con nuestra gente. Ellos nos saludaban con trinos y con cantos. Muy libres, podíamos pasear nosotros por el bosque encantado. En las mañanas, juntos andábamos por los pastizales, disfrutando el paisaje arbolado en vez como recogíamos moras y bayas, yendo jocosos con la algarabía.

Así que en frescura, nuestros días transcurrían normales, junto a la real tranquilidad, hasta cuando llegó Blanca Nieves. Un lunes de octubre se apreció afuera de la casa. Fue en la tarde cuando la vimos por primera vez a ella, vestida con ropas grises. Por la ventana, percatamos su presencia y pensamos que era una señorita extraviada, pero luego supimos que no era verdad.

A propósito; aquella tarde de lunes, Blanca tocó a la puerta para que la atendiéramos. Decía tener una novedad para nosotros. Y obvio con atención; mi hermano el Barbas, salió a recibirla para escuchar su petición.

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De continuidad, el Barbas se subió a una piedra y le preguntó: Buenas tardes, señorita, para qué nos necesita, le podemos en algo ayudar.

-Simplemente ponga atención; señor enano, se trata sobre esta información, ahora las cosas van a cambiar, yo soy la dueña de estas tierras y si ustedes pretenden seguir viviendo en mi comarca, por mi ordenanza, deberán trabajar en la mina de oro. De lo contrario, llamaré a mis lacayos de cazadores, para que los echen a la hoguera.

De súbito, pues se rebotó el Barbas. No soportó tal injusticia dictaminada. Sin siquiera pensarlo, saltó hasta el cuerpo de Blanca Nieves y comenzó recriminarla con rabia. Le gritó señora déspota así como le vociferó canalla. Desde su posición, ella reaccionó su maldad, sacó del faldón una navaja según como fue clavándosela en el corazón a mi hermano, quien botando sangre, cayó al suelo.

Por supuesto, nosotros quedamos aterrados. Nos impactó esta tribulación de dolor. El más pequeño; Donsín, lloró compungido al Barbas. Eso igual no valió de nada. Para colmo, Blanca soltó un silbido en el instante y llegaron al poco tiempo los cazadores. Aparecieron de entre las enramadas unos tres hombres, montados en caballos, armados con espadas.

Ante tal realidad, no hallamos en el momento otra alternativa; me tocó salir con mis hermanos para la mina. Custodiados por los cazadores, fuimos encadenados de las manos y posteriormente emprendimos a pie una travesía. En fila negra, caminamos por las montañas de piedra, cruzamos unos puentes de tablones y pasamos por varios desfiladeros hasta arribar a la cueva.

Allá para nuestra sorpresa, nos encontramos con la bestia, quien era el vigilante de esa mina. En su fisionomía, mostraba una fealdad espeluznante. Nomás cuando nos descubrió, nos intimidó con rugidos. A lo salvaje, nos asustó entre los instantes con sus colmillos. Así que tuvimos que trabajar en la cantera como esclavos. Pues si no hacíamos caso, seríamos devorados a dentelladas por la bestia.

Desde aquel octubre, mal entre los días, debimos picar rocas para sacar el oro de doña Nieves. Nos tocó mover terrones pesados para no ponerla brava y así evitar sus torturas. Definitivamente esa señora era muy bruja. Ella nos

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rebajó y humilló con latigazos, casi ni nos daba para beber agua y mantuvimos todos mugrientos, bregando en el hueco.

Por suerte, una madrugada de diciembre, pude escapar de la mina. A esfuerzo pude ser libre. Yo me levanté decidido a lo propuesto. Comencé a romper las cadenas con una pica pequeña, fui dando golpes secos a los anillos, lo hice veces repetidas. Tras los intentos forzados, conseguí zafar los brazaletes metálicos y veloz me escabullí por un túnel.

En cuanto pude dejar atrás la cueva; corrí en huida por entre árboles de acacias y cipreses, sorteé varios riachuelos, me adentré en la espesura del bosque, yendo hacia el pueblo de Kassel. Fueron varios días de caminata. Subí y atravesé un montón de montañas. Por la experiencia, sobreviví alimentándome con manzanas. De más, yo seguí superando la frondosidad hasta tomar el sendero que me llevó a Kassel.

Una vez en el pueblo, pasé por la Plaza Amarilla y anduve por sus rededores hasta que encontré la cabaña del artista; Ludwig Emil Grimm. Bien allí, supe refugiarme en su hogar hasta la luna de hoy. Es él un amigo mío a quien conocí en la infancia. Debido a su lealtad, siempre me protegió cuando estaba enfermo y me enseñó a pintar la literatura durante años.

En tanto, gracias al maestro, salvé mi vida y aquí en su biblioteca, pude revelar esta historia, que acabo de contarles contra el inframundo, para saber si unidos como pueblo, salimos a la lucha y liberamos a mis hermanos, los enanos.

La Obra Literaria; Merecedora de Reconocimiento Internacional, Finalista de Relato, Séptimo Concurso Intergeneracional de Relatos Breves, Fundación Unir, Zaragoza, España, Año 2019.

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MADRE DE LOS MUISCAS

En la selva, te levantas con lucimiento. Allí, propagas lo paradisiaco. Exhibes como siempre, una piel de follajes. De complacencia; cuando ves el sol, haces germinar pastizales con orquídeas. Adornas a la vez la tierra nativa. Le das olor a las plantas. Por esta divinidad tuya, parlotean las guacamayas y chillan los micos con regocijo. Estos animales; se recrean contigo, te curiosean porque eres tropical, muy fructífera. Entre tanto, tú le riegas hojas de colores, le emanas sabores de frescura a estos amigos silvestres. Según lo prodigiosa, oleas sus plumajes y pelajes, limpias sus cabezas encopetadas. De más, recomienzas a volar con ellos hasta las montañas. Vas paseando por entre los eucaliptos y las enramadas de rosales. Después; extiendes tus alas, explorando la pradera, asciendes hacia la cordillera del Dorado.

Una vez en la cumbre, desbocas tu río de peces plateados. En armonía, haces fluctuar el agua con sus sardinas. A lo abundante, lo vivificante prolifera. Revuelcas asiduamente la gravilla. Todo en augurio prospera. Inundas la senda que renace como cristalina. Y por ese caudal, van brincando los sábalos mientras varias ranas se arriman a la orilla. Unas de ellas son verdes, otras son rojas. De repente, se disponen a croar con gusto. Arman un coro de músicas, generan energías de dulzura. En cuanto a ti, las oyes y te emocionas. Entonces corres más protectora y las abrazas. De a poco, las acaricias con tus manos musgosas, te unificas a su hábitat exótico. Para lo sagrado, palpitas lo virgen junto a estas anfibias.

Ya de camino, entre unos helechos, adviertes una aldea a lo lejos. Ves diversas chozas de bareque. Por allí, moran los Muiscas en paz. Tú, los examinas con mansedumbre. Ellos están haciendo su ritual para invocarte a ti. Yacen en ronda reunidos. A elevación, piden por la gracia tuya. Todos se bañan con oro en belleza como susurran sus rezos. Te cautivan en lo sincero a ti. Por esto místico, la tribu te descubre y sin miedo cada indio corre a tu

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presencia. Cuando quedan al frente tuyo, primorosamente te alaban por ser fecundadora.

Más eterna tú, suspiras y sigues sembrándoles el paisaje de los Andes. Tanto, que le rocías esporas a ellos y a sus campos.

Así bien, primaveral tú, produces y reverdeces en sus jardines.

Y claro, por tal causa, los Muiscas emprenden un carnaval. Juntos, se toman de las manos, van batiendo sus túnicas. A ritmo, se mueven con gentileza. En fe, celebran como comunidad este día, tan munífico.

Y ellos entusiasmados, no paran de decirte; viva tu amor, Bachué. La Obra Literaria;

Merecedora de Reconocimiento Internacional, Diploma de Honor,

Primer Concurso Literario Por los Océanos, Uruguay, Año 2020.

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LA MAGA DEL PINTOR

El año pasado, yo salí con una dama durante varios días. Ella me encantó porque era una hermosa colombiana. Tanto fue lo amado, que por las noches, yo aún la recuerdo en el alma. Posee una cara linda, prende en ojos verdes, su cuerpo es de sensualidad delgada. De verdad, que es muy atractiva. Toda su feminidad, madura a lo rosácea. Ella se llama María Celeste. La primera vez que la vi, por cierto, quedé sorprendido ante su presencia, desfilaba a solas con elegancia, vistiendo ropajes de primavera.

A propósito, la conocí aquí en Mowana, un viernes de cielo brillante y despejado. Fue en el Museo del Arte, cuando nos encontramos por sorpresa y cuando juntos empezamos a contemplarnos. Entre la tarde apacible, nos cruzamos las miradas curiosas y en subida, me fui poniendo ruborizado según como nos sorprendíamos, rodeados de ilusiones. Cuando de pronto ella vino hasta mí, yo no lo creía real. Su pretendida decisión, me dejó perplejo. Llegué a tener hasta susto. En el instante, casi quedo mudo. Grácilmente, se acercó con agrado y descubrió su sonrisa. Más ella, me propuso conversación sobre algunos pintores del mundo. Qué dicha tan maravillosa. De a poco, fui adivinando nuestro destino. Por las tendencias, nos procuramos muy joviales. Con lucidez, recordamos a Gustave Courbet, por su vida de elevación. Hablamos del estilo artístico de este francés. María, claramente demostró su conocimiento sobre las obras suyas, que admiraba como recreaciones mentales. Mientras, yo me imaginaba en la fábula del amor, sólo asentía junto a ella. Le sonreía ante cuanta palabra dijera su voz espiritual. Además evocó a René Magritte. Tal particularidad, fue muy bonita, supo a este genio como a un innovador de cuadros y tal pureza revelada, me gustó.

En fin, la tarde entre nosotros estuvo majestuosa. Yo en lo íntimo, me ilusioné con esta mujer de gestos exquisitos. Su delicadeza al expresarse cautivaba. Fue siempre muy extrovertida conmigo. Y sobre todo, quedé impresionado con su sabiduría.

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Al cabo de las horas, bien con alegría, cruzamos nuestros datos personales para volver después a reunirnos en algún café. Ella de hecho, debió salir hacia el barrio Campiñas para verse con su padre. Asumió este compromiso como importante. Le di entonces un beso en la mejilla antes de que se fuera y una vez despedida, tomó la salida, alejándose serena por la calle de Belén.

Cuando cierto, tuve una novedad genial, ella al otro día me llamó un tanto dubitativa y un poco tímida. Ocurrió este impensado en la mañana. Yo estaba recostado en la cama, leyendo una revista de vanguardismo hasta que de repente comenzó a timbrarme el celular. Entre los actos propios, pues contesté:

Hola, María, un gusto escucharte, dime en que te puedo ayudar, que te puedo dedicar, querida, disponible estoy para ti.

Hugo, no sé, quería charlar contigo, ahora me encuentro sola y si te soy sincera, fue ameno el haber compartido ayer aspiraciones contigo Susurró ella con su trémula voz.

Pero que grato, yo siento también simpatía por ti. Te lo aseguro, me atrae estar al lado tuyo. Si gustas, vamos hoy al café del Mohan, encontrémonos allá a las tres de la tarde, qué te parece, María.

Está bien, tan generoso, allá te espero con la querida confianza.

Por la cita acordada, una vez subió el sol, nos vimos en el café por segunda vez en la vida. Cuando ingresé al salón enmaderado, ella estaba ubicada en una de las mesas. Divina, lucía un vestido de verdolagas. Apenas la distinguí, fui hasta su presencia y la besé en la mejilla. Más María se arrojó al atrevimiento, cogió mi rostro con sus manos, sobrellevó los labios según como abrió nuestro goce, me besó. En lo personal, casi me voy a trompicones sobre toda su belleza. Lo que experimentaba era magnífico. Allí libé su boca de sabor a fresa, nos disfrutamos prolongadamente y nos abrazamos.

Al otro tiempo, pasé a situarme en la silla que estaba desocupada, corriéndome hacia el lado de María. Hablamos allí un poco sobre los quehaceres artísticos y pronto nos volvimos a besar. Ambos disfrutamos esta

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placidez. Fueron espontáneas nuestras querencias. Entre los rubores, congeniamos con cariño.

Por lo demás, llegó un mesero rubio a nuestra mesa. Venía trajeado de cafetero. Como de costumbre, se dispuso a saludarnos, siendo cordial, preció ser culto. Luego nos extendió la carta y preguntó sobre el pedido preferido. Nosotros un poco lo pensamos hasta cuando consentimos, nos trajera dos capuchinos. De modo tal que esperamos por las bebidas según como escuchábamos la música de Santiago Cruz, la cual sonaba en la rockola.

Y en breve, reapareció el joven rubio con la bandeja y los aperitivos. De forma atenta, los recibimos, más serenos degustamos esta delicia cafeinada. De reciprocidad, nos pusimos a conversar sobre Auguste Renoir. Sus obras pictóricas las creímos muy festivas. A ambos nos asombraban. Yo las resaltaba porque eran muy pulidas y María las admiraba llenas de colores florales. Curiosamente, los jardines de este francés, nos encandilaban, poseían una fuerza de intensidad resucitadora.

En tanto, nosotros duramos evocando a Renoir hasta el atardecer. De pronto, nos percatamos de que el clima se iba poniendo violeta, tras lo cual, llamamos al mesero y le pagamos con un dibujo de palomas. Acto seguido, nos levantamos de las sillas, tomamos el corredor y nos dirigimos hacia las afueras citadinas.

Ya por la Quinta Avenida, la acompañé a coger un taxi. Por allá, nos apostamos en una esquina y sin tanta demora, hicimos parar el carro amarillo. Desde luego como despedida, nos volvimos a besar en la boca a medida que el viento nos desmelenaba los cabellos. Al cabo del goce, suaves nos separamos del abrazo y ella corrió a subirse en el automóvil, el cual apenas estuvo listo, comenzó a rodar por la carretera hasta irse distanciando de mi vista.

En cuanto a los otros días, seguimos frecuentando nuestras presencias.

Juntos nos supimos como artistas. Salimos a cine y apreciamos románticos; Los Fantasmas de Goya. Con sinceridad, nos impresionó el metraje. Estuvo fenomenal. Aprendimos más sobre la sensibilidad humana. Aquella época, para ambos fue por experiencia conmovedora, la pasamos muy en compañía.

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Eso también fuimos a una velada de pintura con música. La exposición en la sala regional, nos pareció fastuosa, hubo hasta guitarristas y flautistas, quienes tocaron al ritmo de los cuadros resonantes. En general, se vivenció allí la cultura y la fraternidad.

Entre tanto el tiempo, yo me fui enamorando de María. Ella dejó en mí detalles espirituales que son inolvidables. Fueron sus muestras de ternura estupendas. Nunca voy a poder quitármela de la mente.

Por cierto, nosotros ahora estamos separados. Tal situación nos ocurrió con extrañeza. Una tarde de octubre, María me convidó que fuéramos otra vez al Museo del Arte. En lo personal, simplemente accedí a su petición. Allá pronto, nos encontramos en el portal de cristal. Ella estaba seductora por lo bien engalanada. La linda emanaba un perfume embriagador. Así que en el instante, la consentí con caricias y la besé en la boca. Sabía a místicas dulzuras, la presumí adorable. De seguido, pasamos a la galería del arte abstracto. Por allí recorrimos el recinto decorado, rememoramos las intimidades, giramos cogidos de la mano por entre las pinturas. Con sugestión, ya pasábamos a contemplar las obras del pintor, Güiza. Y entonces cuando estuvimos frente al cuadro; El Canto del Ave, sorprendimos al azulejo desprenderse del lienzo, más raudo voló hasta donde María y de vuelta se la llevó entre sus alas para su mundo de fantasía.

En cuanto a mí; vivo ahora en el museo pintando sus retratos, sólo para recuperarla y tenerla otra vez a ella, porque estoy enamorado de María, yo la amo.

La Obra Literaria;

Merecedora de Reconocimiento Nacional, Cuento Ganador,

Primera Convocatoria de Narraciones Transeúntes, Bogotá, Colombia, Año 2020.

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LA COMPOSICIÓN DEL GUITARRISTA

El músico, estaba en el parque de Livinio, se sentó sobre un escaño de metal. Reposó su cuerpo delgado allí, por placer. Una vez en sosiego, se puso a elevar la conciencia. A solas sintió los silencios. Esto lo rejuvenecía, lo colmaba. De concordia, cerró los ojos para atraer la armonía a su aura. Nada lo perturbaba, ni el vaivén del desconsuelo. Desde lo interno, maduraba con pasividad, permanecía en la serenidad.

De a poco, Ignacio, como así se llamaba el artista, imaginó unos fantasmas de hielo. Los creyó danzando por los tejados. Esta pericia tan inhabitual, le parecía curiosa. A ellos, los vislumbraba vaporosos en medio del oscurecer.

Sobre lo fabuloso, cada uno de estos seres, se divertía a lo feliz. En compañía, iban y venían por entre la atmósfera. Todos en grupo, brincaban con plena libertad. En cuanto al músico, pudo entreverlos a través de sus espejismos.

Ya con el paso del frío; volvió a su presente, abrió las vistas. Allí mismo, se supo más lúcido. Delató a los pueblerinos vespertinos, con ansias, quienes no paraban de pulular por los senderos. De modo que él promovió un poco de bondad para ellos, les brindó la sonrisa. Casualmente a una negra de ojos pardos, vestida con sedas; le rumoreó pronto tres de sus versos, radiantes de pájaros susceptibles. Ella, por lo humilde, asintió el piropo y sonrojada se fue yendo hasta su casona.

Más adelante del destino, Ignacio influenció la esperanza en esa gente melancólica. De repente, sacó su guitarra de marfil. Siendo parco, la puso sobre su pierna izquierda. Con maestría empezó a afinar las cuerdas. Lo hizo

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con delicadeza. Fue soltando a la vez sus manos. Las movía con precisión. Según lo acompasado, rasgó una que otra tonada para oír la exactitud de la música. Paulatinamente, vibró en los sonidos que fue ensayando, concertando al viento.

Luego en bien, una vez estuvo preparado, se dispuso a tocar una melodía aguda. Esta nació penetrante por lo perfecto de la partitura. Los arpegios fueron creciendo y transmitiendo emanaciones purpúreas. Entre la calidez de lo inspirado, las muchachas y hombres de los alrededores se emocionaron con esta serenata. Cada nota resurgida, la figuraron como un río estelar. Ellos, se hallaron en una satisfacción increíble. Fue tanta que los asistentes más viejos lo circundaron con admiración. Y él, contento en su arte, les siguió ofrendando su esplendor de aquelarre musical.

Sobre lo consecuente; cuando acabó de abrir la velada, resolvió puntear y cantar esta rapsodia tan suya:

-Nosotros somos del firmamento. Allá, nadamos en la verdad. En sus aguas azules, nos tendemos para curar las dolencias. Mansamente limpiamos la sangre. Rescatamos el cuerpo natural. La mentalidad a la vez oleamos. Por su mar puro, ascendemos hacia las alturas del nirvana. Nosotros somos sibilantes. Con esfuerzo, superamos las tempestades. De oleaje a espacio, nos trasmutamos en lo sagrado. Suavemente los rostros ablandamos. Nos hacemos piadosos con la experiencia. Más en libertad navegamos. Nosotros somos de la infinidad.

Mientras, las madres y los señores, quienes gozaban de su voz, se animaron a alzar las palmas. Cada quien fue aplaudiendo en coro. De providencia, prendieron un jolgorio. Al ímpetu de lo eufórico, se pusieron de pie. Los unos batieron los sombreros en tanto que los otros bambolearon los

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pañuelos. Eso la estaban pasando bueno. En colectividad, la mayoría se fraternizaron con emotividad.

Según lo otro rumboso, los fantasmas se dieron cuenta del evento y entonces bajaron hasta donde ellos. Por allí, manifestaron sus formas etéreas. De seguido, saludaron a las damas y las convidaron a fantasear y los hombres asediaron a las fantasmas para abrazarse. De este modo, los humanos con los espíritus nocturnos, empezaron a convivir.

Y el músico Ignacio, no paró de rasguear la guitarra. Por medio de su pulsión acústica; influenció lo desconocido, que fue hacerle sentir lo imposible a su pueblo menesteroso.

La Obra Literaria; Merecedora de Reconocimiento Internacional, Cuento Reconocido, Primera Convocatoria de Cielo Sur, Tuxtla, Chiapas, México, Año 2020.

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69 ÍNDICE 10…MANUSCRITO HALLADO ADENTRO DE UN KRAKEN…10 16 LA DIVINA ALEGORÍA 16 18…LA LUNA DEL FUEGO BLANCO…18 21…EL NAVEGANTE…21 22 UN POETISO A LA ESPERA 22 24 VISIONES IMPERFECTAS 24 26…MUERTES INACABADAS…26 28…ANIMACIONES EFÍMERAS…28 30 AFUERA DE LA NADA 30 31…EL GUARDIÁN DEL BIEN…31 33…ABRAZOS…33 35…TACHUELA…35 40 RIMA SECA…40 ÍNDICE

ÍNDICE

70 ÍNDICE 41…DE LA SOMBRA A LA ESPERANZA…41 44 EL MARINERO DEL PACÍFICO 44 47…PERDIDO EN LA CIUDAD…47 50…CRISIS COMUNES…50 52 PERDIDO EN LA CREACIÓN 52 54 JULIO POR SIEMPRE 54 57…SOBRE EL CASO NIEVES…57 60…MADRE DE LOS MUISCAS…60 62 LA MAGA DEL PINTOR 62 66…LA COMPOSICIÓN DEL GUITARISTA…66
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