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EnJoy La Vida en Rosa, edición Navidad

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Resiliencia

Por Annabel Arcos Ruiz

Resiliencia: capacidad del ser humano de sobreponerse a situaciones adversas.

Y no solo de vivirlas, llorarlas, padecerlas e incluso gritarlas, sino también de sacar de ellas un aprendizaje en positivo. Vivimos en la época de la psicología positiva, del positive mind, de los mensajes optimistas que nos animan a tener un buen día, del retiro espiritual y el karma. ¿Y qué hay de las emociones? Todas ellas. Las positivas, las negativas, las regulares. Las vivencias. La vida no es una línea recta en la que se pueda divisar el final de nuestros días. La vida, como tal, es un camino de curvas, subidas y bajadas, atajos y precipicios, llanuras y montañas. Entonces, ¿por qué nos empeñamos en que sea lineal?

La felicidad está sobrevalorada. Idealizada. Un hito en boca de la sociedad que se define, por costumbre y no por vocación, como un conjunto de seres felices. Pero, ¿qué es la felicidad? ¿Qué nos hace ser felices? Quizá deberíamos empezar enumerando todas aquellas pequeñas cosas de nuestro día a día que nos hacen ser felices, que nos provocan una carcajada, una sonrisa, un segundo de bienestar. Tomar un café. Hablar con un amigo. Compartir. Ayudar. Estar con nuestra familia. Despertar. Dormir. Descansar. La felicidad es un estado efímero del que podemos ser plenamente conscientes. Sin embargo, no es única sino plural. No depende de nadie salvo de nosotros mismos. De ahí la importancia de saber detectar todos los elementos que nos aportan felicidad. Y no ser dependientes de ella, sino conscientes.

Basar la felicidad en un único elemento nos hace dependientes y sumisos. Un blanco fácil para la ansiedad y la depresión, para la tristeza inmediata. Imaginemos que nuestra felicidad es una mesa con cuatro patas. Si falla una, la mesa continuará manteniéndose intacta. Puede que se tambalee, pero podremos seguir apoyándonos en ella. Ahora centrémonos en esa pata de la mesa que nos falta porque está rota, y en la manera de arreglarla. Quizá no tenga solución. Quizá no podamos restaurarla, pero tendremos otras tres que mantendrán nuestra mesa, nuestra felicidad. El equilibrio vital.

Hablar de la resiliencia sin haberla experimentado es como aprenderse de carrerilla la teoría de cómo conducir sin haberlo hecho jamás. En mi caso, la primera vez que supe lo que era la resiliencia fue en el funeral de mi familia. Año 2005. Accidente de tráfico. Mis padres y mi hermana fallecen en la carretera. La muerte no se supera, se aprende a vivir con ella. Ser consciente de los momentos que mis padres y mi hermana aportaron a mi felicidad, a la formación emocional, familiar y educativa, me permitió no solo seguir adelante con mi vida, sino también rendirles un pequeño homenaje cada día. Por respeto y por amor, en gratitud.

Solemos pensar que cuando nos ocurre algo —malo— ya no volverá a suceder nada más. La falsa creencia de que hemos sufrido demasiado nos va a salvaguardar de hacerlo más en un futuro. Como si la vida se tratase de una apuesta en la que la ruleta gira y gira y, si ya nos ha tocado a nosotros, no se volverá a parar en nuestro número. Mentira. Quizá por este motivo y con más ahínco deberíamos vivir con la conciencia —plena— de valorar cada día como un regalo. El miedo, sin que nos paralice, es necesario para avanzar. El miedo perenne es la sombra de nuestra cobardía, de nuestra zona de confort. Salir de ella no solo nos hará sentir mejor con nosotros mismos, sino que también nos planteará nuevos miedos a superar, nuevas metas a alcanzar, haciéndonos independientes, flexibles, autodidactas y conscientes.

“Basar la felicidad en un único elemento nos hace dependientes y sumisos”

Denys Nevozhai on Unsplash

Ser resiliente no es cuestión de suerte. Es una actitud, un trabajo personal. Todos poseemos esta capacidad, pero no todos somos capaces de desarrollarla. Aprender de la experiencia, de las situaciones controvertidas y traumáticas. Superarlas. Compartir nuestra felicidad con aquellos que hacen que nuestra vida sea mejor nos hará no solo libres, sino también seres sin cargas emocionales.

Darwin nos definió como seres sociales. Las emociones (en latín emovere) orientan y dan forma a todo lo que hacemos. Necesitamos relacionarnos con otros seres para dar sentido a nuestras emociones. De ahí la importancia de compartir nuestros sentimientos y nuestro estado anímico. Las preocupaciones, los daños colaterales de un problema, pueden diluirse si este es compartido con nuestro círculo más cercano, familiar o de confianza. Puede que el problema persista, pero la manera en la que nos enfrentamos a él será muy distinta de hacerlo solos. La felicidad, de nuevo, depende de varias patas de la mesa. Pese a que se rompa una, o incluso dos de ella, podemos seguir apoyándonos en las otras hasta conseguir de nuevo su equilibrio.

“Ser resiliente no es cuestión de suerte. Es una actitud, un trabajo personal”

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Otra de las características que definen la resiliencia es la amistad. Las personas resilientes comparten todo aquello que les aporta felicidad con su círculo de amigos y familiares. No es ningún descubrimiento afirmar que rodearse de personas a las que queremos y nos quieren nos hará sentir mejor. Os pondré un ejemplo de una situación vivida en primera persona: en 2015 me detectaron un cáncer de mama. Seis meses de quimioterapia. Jamás me había sentido tan feliz. Llegué, incluso a pensar, que la locura me afectaba. ¿Cómo era posible que estando en pleno tratamiento contra el cáncer me sintiese feliz? Comentado con la psicooncóloga que me atendió durante el proceso, llegamos a la conclusión de que pese a estar viviendo circunstancias nada favorables, el hecho de estar acompañada de personas que me querían y a las que quería tanto me aportaba no solo felicidad, sino también una sensación de paz, tranquilidad y bienestar. Por lo tanto, podríamos añadir a la larga lista de elementos que forman parte de la resiliencia, la Amistad con mayúscula, ya que sin ella no seríamos capaces ni de disfrutar de los buenos momentos ni de enfrentarnos a los malos.

No existe una varita mágica para ser feliz y tampoco resiliente. Quizá nuestra varita sea la perspectiva con la que recorramos el camino de la vida. Y las patas de la mesa, la resiliencia para enfrentarnos a todo lo que acontezca durante el camino. Todo es relativo y subjetivo a nosotros mismos. No, no existe una varita mágica para ser feliz ni resiliente. Pero existe una mesa y una perspectiva que nos hará únicos, independientes y libres.